Sobre el lecho del río San Marcos hay un árbol, digo que es uno aunque son muchos. Siempre procuro ver que sus hojas verdes me miren, porque cuando lo veo hay una conexión. Se pide un deseo que se cumple. Luego pasa el viento y a cielo abierto se lleva uno por uno los sueños, incluso llueve.
Por un tiempo, veo el batir de las ramas alegres del árbol, pero vuelan en círculos y no se sueltan, se quedan porque son los árcángeles de los dioses y dirigen la orquesta de los ventarrones.
Durante la noche, el mismo árbol ocurece, oscurece un poco más que la noche.
Puede uno dormir tranquilo y respirar sus hojas curanderas.
Atrapado en su red de raíces, el árbol explora la sangre de la tierra. duerme un poco, descansa de las melodías. Se puede nadar en la sombra, en el balneario invisible y fresco de su aureola.
En la historia paralela del árbol, alguien hizo un columpio y se colgó un fulano. Desde hace años es árbol. Hace años pasan personas por abajo y disminuyó la cantidad de pájaros.
El árbol- quizás un acierto inmerecido de la naturaleza- a veces, por más que uno no quiera , es maltratado. La masa, la raza de bronce que respiramos, hemos construido edificios en el horizonte, el paisaje es de concreto, poco a poco el paraiso es orbe.
Pero la vida sigue, quizás fueron excesivos los perros que marcaron su territorio, los machetazos inncesesarios que se escucharon, las máquinas caterpilar que intentaron arrancarlo. Pero la vida tiene que seguir para el árbol, igual para el árbol del amazonas que para el del río San Marcos.
En un espacio, la vida le hace una tregua, la vida se va y el árbol se queda. Yo conozco árboles que tienen más de cien años, todo los conocemos.
Los árboles son eternos. El hombre, que no perdona, los asesina, donde hubo raíces, ahora hay varillas.
En los escenarios breves del suelo se pisa tiempo, el tallo es un revuelto pelo, seco y llano, liso y rasposo. En un descuido le abren un costado. El árbol así asemeja un Cristo crucificado sin permiso.
Desde temparno- oscura la mañana- alguien fue y le echó agua al árbol.
-Buenos días señor. ¿Usted, cómo se llama?
-Yo soy Dios.
Por eso llueve. Llueve todo el día hasta que se inunda.
Los árboles nunca mueren. Uno trasciende a través de los árboles que permanecen para cuidar las paredes. Los árboles trascienden las ciudades si se cuidan. Los árboles libres, pronto crean poblaciones bajo las nubes con carámbanos de agua. Y aves que circulan a los nidos de todos los tiempos en que el mundo ha sido mundo.
Abajo de los viejos campanarios, un árbol ve pasar a 200 párrocos, se saben sus nombres y de qué pata cojearon. Antes fue selva de arbustos y los grandes fueron pequeños párvulos, se podía ver hacia arriba, hoy es un árbol con muchas historias.
Fue primero la ciudad de los árboles y las estaciones de trenes, de cactus y de bugamvilias intensas. Pronto, la ciudad se llenó de jacarandas y anacahuitas junto a las casas pegadas al block y a las cercas de alambre, pero prevalecieron los mangos.
Con más llegaron los ficus que el viento arrancó y fueron sustituidos por otros. Se pusieron fresnos y le dio alergia a los vecinos de la calzada, hasta que alguien inventó la vacuna o se cambiaron de casa.
El árbol a veces es un descuido, en un extraño sitio. Aparece solitario.
Quizás furioso, un día, soltó una soga y cayó un inquilino. O en un abrazo se sonrió el árbol. Uno que va a saber. Uno que habla con ellos y con sus pájaros. Uno que ya está loco.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA