Las preocupaciones en grado de urgencia que tiene el canciller Marcelo Ebrard en su propuesta de que los precandidatos renuncien a sus cargos parece derivar de un hecho real: de las tres corcholatas oficiales, sólo él tendría que encarar una agenda nacional-estadunidense que bien pudiera no estar entre sus planes de propuesta de su candidatura.
El presidente López Obrador ha estado redefiniendo con viento en contra las relaciones México-Estados Unidos en los delicados temas de la migración, la seguridad fronteriza y el narcotráfico y se ha embarcado en una confrontación nacionalista con las presiones de la Casa Blanca que están culpando a los países productores de drogas del alto consumo de estupefacientes por los adictos estadounidenses.
Las otras dos corcholatas, Claudia Sheinbaum Pardo y Adán Augusto López Hernández, tiene gestiones que no cruzan la línea fronteriza y por lo tanto no estarían en la lógica del radar estadounidense, a menos que los análisis estratégicos americanos estén evaluando con mucho cuidado la posibilidad de continuidad institucional de la agenda personal estadounidense del presidente López Obrador.
Ebrard entiende de la lógica estratégica de la seguridad nacional estadounidense en México porque fue colaborador de Manuel Camacho Solís y su enfoque nacionalista respecto al vecino americano, además de que le tocó ser brevemente subsecretario de Relaciones de diciembre de 1993 a enero de 1994 cuando los dos renunciaron a la cancillería y se dedicaron a negociar la paz en Chiapas, aunque Ebrard desde el cargo espinoso de una asesoría formal en la presidencia de la República.
Aunque tiene hilos que vienen desde la lógica del nacionalismo defensivo, el estilo personal de López Obrador de llevar las relaciones con Estados Unidos se ajusta más a criterios muy personales, como la manera en que ha estado jugando, hasta ahora con éxito, con su relación con Donald Trump para obligar al presidente Biden a bajarle dos rayitas a las sugerencias de intervencionismo burdo de sus estrategas de seguridad nacional.
Y si bien Estados Unidos no va a decidir quién debe ser el candidato presidencial de Morena, ni podría condicionar el papel del canciller Ebrard, de todos modos tendrá en sus manos un instrumento de negociación política para tomar una decisión respecto de Ebrard en tanto que en estos dos meses vendrán decisiones muy delicadas de confrontación de México con Estados Unidos por el papel extraterritorial e imperial de la DEA metiéndose en asuntos de seguridad mexicanos y violando las llamadas reglas Ebrard que impuso el canciller en diciembre de 2021 para condicionar de manera muy estricta las labores de la agencia dentro de México.
La DEA ha puesto en marcha un agresivo plan México de carácter extraterritorial para perseguir narcos dentro de la República Mexicana y causar estragos en las relaciones de suyo poco sólidas porque estarán provocando pronto reacciones de violencia criminal por las recompensas contra sus jefes. Hasta donde se tienen datos creíbles, la DEA no informó a México de su operativo y con ello violentó las reglas de la Ley mexicana de Seguridad Nacional, obligando a que de un momento a otro el Gobierno de México pare en seco el activismo de seguridad del área con todo su aparato no registrado de agentes, informantes, confidentes y aliados en las estructuras mexicanas de seguridad.
En tanto que fue responsable de las reglas contra la DEA, de firmar compromisos dentro del inexistente Encuentro Bicentenario y tener que llevar a Washington los mensajes agresivos del presidente López Obrador, Ebrard está urgido de espacios para su presidencia que no deban de pasar por la cancillería.
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Política para dummies: La política, en tiempos de sucesión presidencial, es la clave de la lealtad.
Por Carlos Ramírez
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