Algunos geógrafos al hablar de las principales montañas de México, hacen mención del Bernal de Horcasitas, no como una elevación de primer orden, sino como una obra caprichosa y rara en la naturaleza común de las montañas.
El varón de Humboldt en su viaje a Américas hablaba de este cerro como de una obra formada por algún cataclismo, y suponía que en él tuvieron el foco principal de ignición las erupciones volcánicas.
En el año de 1864 el ingeniero Alejandro Prieto se encontró por primera vez con el nacimiento de las rocas del Bernal de Horcasitas, sólo que no le fue posible emprender la ascensión a su cúspide por no haber llevado el equipo necesario para pasar en la montaña dos o tres días, y llevar a buen término empresa tan arriesgada y atrevida.
Ocho años después, teniendo que formar el plano topográfico de los terrenos que se encuentran al Sur del Bernal, entre Magiscatzin y Tantoyuquita, con el fin de hacer un estudio sobre la canalización del rio Tamesí que los atraviesa; el ingeniero proyectó la ascensión a este cerro para fijar en su cúspide uno de los puntos trigonométricos de la triangulación que tenía que formar, y poder desde su altura adquirir ideas claras sobre las circunstancias topográficas que en conjunto presentaban los terrenos mencionados.
PRIMERA EXPEDICIÓN AL BERNAL
Con ese fin, en diciembre de 1872 el futuro gobernador de Tamaulipas salió acompañado de algunos amigos, de la entonces ciudad de Magiscatzin, emprendiendo su marcha por la tarde con el propósito de pasar la noche al pie del cerro y emprender su ascensión en las primeras horas del día siguiente.
La subida al Bernal comenzó a las nueve de la mañana. La tortuosa vereda por la cual hicieron esa primera parte de la caminata, estaba sembrada a largos intervalos, de piedras enormes, que desprendidas seguramente de las partes más elevadas de los riscos, habían ido obstruyendo la montaña en todos sus alrededores.
En el punto donde los expedicionarios llegaron primeramente, se encontraba una huerta fecundizada por una pequeña vertiente. En ella se vieron precisados a dejar sus caballos, y después de algunos momentos preparándose para continuar a pie su excursión, salieron de ahí, que era el único punto cultivado en aquella montaña, y eligiendo los lugares más practicables de la pendiente, se dirigieron hacia el pie de los peñascos.
El sol había pasado ya del mediodía cuando se encontraron al pie de las columnas y paredes verticales que forman los riscos gigantescos de ese cerro. Habían ascendido hasta ahí por el lado del Este, y desde luego quedaron convenidos que hacia esta parte era del todo impracticable la subida; los barrancos que se presentaban pasaban de una altura de 150 metros, y en sus paredes, casi del todo verticales, se veían suspendidos, temblando sobre el abismo por decirlo así, enormes peñas que solo parecían esperar el mas ligero estremecimiento de la naturaleza para precipitarse.
Después de haber permanecido algunos momentos al pie de las paredes del Bernal, caminaron hacia el lado del Sur rodeando el nacimiento de las enormes columnas de rocas que forman su parte superior.
Pocas horas después pudieron principiar a escalar los peñascos, que aglomerados caprichosamente los unos sobre los otros, ofrecen ahí como una escalera irregular, que aunque llena de dificultades, es factible por ella la subida con menos peligros que por los otros lados.
Llegada la noche se encontraban aún a dos terceras partes de la altura del cerro. Por lo que les fue preciso buscar al borde de los precipicios que los rodeaban, un lugar en donde dormir confiadamente, eligiendo un sitio cubierto por un montecillo, con el fin de que los tallos de los arbustos les ofrecieran un punto de apoyo y los sostuvieran durante el sueño sin dejarlos rodar en los barrancos que dejaban ya bajo de ellos.
Al amanecer emprendieron de nuevo el camino y les fue preciso dividirse los dieciséis individuos en dos secciones, una permaneciendo en el lugar en donde pasaron la noche, y otra compuesta de seis, emprendió el escalamiento de los nuevos peñascos que aún nos quedaban para llegar a la cúspide.
ALEJANDRO PRIETO EN LA CIMA
Eran las siete de la mañana, cuando lograron situarse en la parte más elevada de los riscos. Del lado Norte, con el auxilio de un pequeño telescopio, Prieto observó las cañadas y valles superiores de la sierra de Tamaulipas; pero todo esto no les llamó tanto la atención como los inmensos paisajes que una vez llegados a las cumbres, se les presentaban por todas partes. A esa hora del día, los riscos del Bernal ya estaban iluminados de lleno por los rayos del sol, y el bosque que se extiende a sus pies estaba aún oculto por las neblinas.
A las nueve de la mañana la atmósfera se hallaba ya del todo despejada y se ofrecía a su vista el paisaje de los alrededores, como pudiera verse desde la canastilla de un globo que se elevara 600 o más metros de altura.
Poco tiempo pudieron disponer en la cima del Bernal para admirar los alrededores, porque desde la noche anterior se les había terminado la provisión de agua y víveres y les era preciso regresar a la huerta ese mismo día.
En las pocas horas que permaneció en las cumbres del Bernal, Prieto pudo hacer algunas observaciones sobre su forma superior, su altura, la naturaleza de sus peñascos y las causas primitivas que pudieron haber formado esta eminencia.
El Bernal en su parte superior no ofrece ninguna superficie unida: sino que tiene varios riscos, en forma de columnas gigantescas, independientes las unas de las otras y separadas entre sí por precipicios que da vértigo el contemplarlos.
¿VOLCÁN APAGADO?
En los alrededores de este cerro no se encuentran ninguna clase de fragmentos de lavas volcánicas, el terreno que forma la gran loma en cuya cima se levantan los riscos peñascos, está formado de tierra pura vegetal sin mezcla de arcillas; y cuando se busca entre estos riscos algún orificio o excavación subterránea que pudiera haber servido como el cráter que facilitara en otro tiempo las erupciones, no se encuentra entre ellos más que una aglomeración de enormes peñascos en el fondo de los diferentes precipicios que separan los unos de los otros los riscos del Bernal.
En vista de esto podría suponerse que si este cerro fue realmente un volcán, los orificios que abrió en sus erupciones han sido después cubiertos por los peñascos caldos de las paredes y riscos que los rodeaban, y qué entre las junturas de las rocas que cubren al presente el fondo de estos precipicios, pudiera aun existir alguna comunicación con ocultas excavaciones subterráneas. No obstante, de que a juzgar por todas estas apariencias podría decirse que el Bernal es un volcán apagado cuyas ebulliciones han concluido, muchos creen que aún no están del todo tranquilos los restos de los elementos volcánicos que se agitaron en él; y esto lo infieren de que a ciertos intervalos de tiempo se ven iluminados los flancos y la cúspide de esta grandiosa acumulación de rocas, y la última vez que esto ha sucedido tuvo lugar en el mes de abril de 1857.
FENÓMENOS ATRIBUIDOS A EL BERNAL
Los habitantes del Sur de Tamaulipas atribuyen a este cerro una influencia directa en ciertos cambios atmosféricos que suelen presentarse repentinamente en aquella comarca; y muchos creen que las fuertes ventorelas que se hacen sentir de tarde en tarde en las inmediaciones del Bernal, son producidas por ciertas emanaciones subterráneas, que hallan salida al través de las junturas de aquellos peñascos; y de esto infieren que el Bernal es más bien un volcán de aire que de fuego, y que si este aire interior no encontrara una salida, producirla sin duda temblores de tierra más o menos desastrosos.
Se dice también que algunos día antes de una tempestad, como la que tuvo lugar en 1851 que destruyó muchas fincas de los alrededores, se hace sentir un calor tan intenso en las inmediaciones del Bernal, que hasta las mismas bestias y fieras que allí habitan se salen a la llanura en busca de una atmósfera más soportable, de lo cual infieren muchos que hay todavía en las entrañas de esta mole de granito, un fuego subterráneo, que tarde o temprano podrá producir una erupción volcánica.
También se dice que con el mismo motivo de anunciarse una tempestad, se oyen ruidos subterráneos semejantes a los que produce el mar agitado en los días de una borrasca, y de esto deducen que existe ahí debajo un gran depósito de agua que podría muy bien tener una comunicación con el mar.
POR MARVIN HUERTA MÁRQUEZ