El 5 de diciembre de 1815, La Gaceta del Gobierno de México publicaba en sus páginas sobre el juico que se le seguía a José María Morelos, y en sus interiores incluía una larga misiva firmada por las autoridades y vecinos de Aguayo, provincia del Nuevo Santander.
Esta nota hacía mención que el 30 de septiembre de 1815, en la villa de Aguayo, residencia actual del gobierno de la provincia, juntos y congregados el teniente coronel don Juan José Echandia, gobernador interino, el cura párroco don Juan Rafael de la Garza, los alcaldes de primera elección, teniente coronel de milicias Lorenzo Sánchez Cortina y de segunda Juan del Castillo; el síndico procurador Antonio Avalos, los administradores de rentas unidas de la provincia Bernardo Portugal y de correos Juan Nepomuceno Carreño y demás vecinos principales de la expresada villa: después de haber leído en alta voz el bando del virrey del 24 de mayo último y publicado apenas el día 29 de septiembre, a nombre de los vecinos y de forma unánime, dijeron: “Que, si esta villa de Aguayo y toda la provincia del Nuevo Santander no tuviese la lisonjera satisfacción de haber contribuido con sus valientes soldados a la persecución y castigo de los traidores rebeldes, no sólo de esta provincia, sino saliendo a auxiliar a las circunvecinas de Huasteca, San Luis Potosí, Nuevo Reino de León y Texas.
Si Aguayo no tuviese el mérito de que en su suelo se hubiese aprendido la única gavilla de rebeldes que tuvo el atrevimiento de internarse en la provincia, acaudillada por el lego juanino Herrera, que se decía mariscal, y sus cabecillas brigadier Blancas, conocido por el gafo, y coroneles Villaseñor y Marín, quienes pagaron con la vida su temeraria osadía en la plaza de esta villa y la numerosa chusma de su facción fue destinada a presidio.
Si Aguayo y las demás villas de la provincia no tuviesen la satisfacción de decir que su tropa de caballería así veterana como de milicias, se le debe una parte principal en la gloriosa acción de Medina conseguida contra el rebelde Toledo, acción que le hace tanto más recomendable, cuanto que con ella se aseguró todo el reino de esta Nueva España de una nueva revolución, de un asombroso desastre, y de una resolución escandalosa que le amenazaba la tiranía de unos hombres desnaturalizados que cometieron la enorme catástrofe que quizás en esta desgraciada época no se ha visto en el reino, cual fue la degollación de los jefes y oficiales en San Antonio Bexar.
Si Aguayo no tuviese tan acreditada su fidelidad y amor al soberano con las públicas demostraciones de júbilo a cualquiera favorable noticia, durante la ausencia y cautividad de su amado rey, y con la dulce y vehemente sensación de sus corazones cuando la restauración de sus majestad al trono de España.
Si Aguayo no tuviese tan digno testigo de sus méritos y de su lealtad como lo es el mismo virrey Félix María Calleja del Rey, que cuando fue comandante de la décima brigada y sub inspector de estas tropas, tuvo el honor de conocer estas tierras, sabiendo lo leales y nobles sentimientos que poseen los habitantes.
Y por último, no tuviese Aguayo otro testigo relevante como lo es don Joaquín de Arredondo, quien ha morado algún tiempo en esta villa y que conoce individualmente a los vecinos y sabe muy bien su entusiasmo y honor; se verá hoy esta villa en el vergonzoso caso de acreditar de otro modo su acendrada lealtad, desvaneciendo las imposturas de los traidores más obstinados, que calumniosamente han supuesto tener poderes de las provincias de esta Nueva España para formar el monstruoso, perverso e inicuo congreso mexicano, que debe llamarse por nombre propio congreso de traidores rebeldes.. bajo estos nombres y leales principios, la villa de Aguayo y los que representan por sí y a nombre de todos sus habitantes, afirman con la mayor pureza a vista del superior bando que se les acaba de leer, que miran con horror el crimen y falsedad de los malvados; y aunque tienen la satisfacción de que ninguno de los traidores que se mencionan se ha atrevido a decirse facultado por esta provincia del Nuevo Santander, por la dependencia que esta tiene con la del Nuevo Reino de León, por la comandancia general y con la de San Luis Potosí por la intendencia, dicen con impecable odio: que muy distantes de autorizar sus crímenes, detestan y desmienten solemnemente a la faz del mundo a cualquiera capaz de tener conexiones con los habitantes de la villa de Aguayo, y protestas que estos nobles sentimientos los conservan a costa de sus vidas como buenos católicos, como buenos ciudadanos colonenses y como buenos vasallos de su muy amado soberano don Fernando 7º.”
La anterior acta es firmada por: Juan Echeandia, José Rafael de la Garza, Lorenzo Sánchez Cortina, Juan del Castillo, Antonio Avalos, Juan Nepomuceno de Ayala, Bernardo de Portugal, Juan Nepomuceno Carreño, Antonio Rodríguez Gómez, Manuel Morales de Balbuena, Francisco Martínez, Ramón Chaverri, Matías Guillen, José Honorato de la Garza, Jesús de Córdova, Anastasio Avalos, Blas María Gómez, Mariano Zara, Julián Guerrero, Manuel Calderón, Joaquín de Sierra Alta y Ramón de Neyra.
EL VIRREY CALLEJA FUE TESTIGO DE LOS MÉRITOS DE AGUAYO
Para Echandia, Aguayo tenía a un digno testigo de sus méritos y de su lealtad, como lo era el mismo virrey, don Félix María Calleja del Rey, que cuando fue comandante de la décima brigada y sub inspector de las tropas del Nuevo Santander, tuvo el honor de conocer este suelo y saber los leales y nobles sentimientos que poseían sus habitantes. “[…] y si por ultimo no tuviese Aguayo otro testigo tan relevante como lo es el señor comandante general de estas provincias internas de oriente, brigadier don Joaquín de Arredondo, que como ha morado S. S. según tiempo en esta villa, tienen satisfacción de que los conoce individualmente y sabe muy bien su entusiasmo y honor; se vería hoy esta villa en el vergonzoso caso de acreditar de otro modo su acendrada lealtad, desvaneciendo las imposturas de los traidores más obstinados, que calumniosamente han supuesto tener poderes de las provincias de esta Nueva España para formar congreso mexicano que acaudilla el padre Morelos”.
Para Echandia, bajo esos nobles y leales principios, la villa de Aguayo y los que la representaban y a nombre de todos sus habitantes, afirmaban con la mayor pureza a vista del superior bando que les acababa de leer, que miraban con horror el crimen y falsedad de los “malvados”; y aunque tenían la satisfacción de que ninguno de los insurgentes que se mencionaron, se atrevió a decirse facultado por la provincia del Nuevo Santander y que muy distantes de autorizar sus crímenes, detestaban y desmentían solemnemente a cualquier informe impostor que tuviera la audacia de si quiera imaginarse capaz de tener conexiones con los habitantes de la villa de Aguayo.
Por tal motivo, los habitantes de la villa protestaban que estos nobles sentimientos los conservaran incluso a costa de sus vidas, como buenos católicos, como buenos ciudadanos colonenses y como buenos vasallos de su muy amado soberano don Fernando VII.
El gobernador interino del Nuevo Santander finalizaba diciendo: “[…] Y para honor y gloria de esta villa de Aguayo, y en cumplimiento del artículo 7 del citado superior bando, acordaron queden constantes en esta acta sus solemnes protestas como documento irrefragable y perpetuo de su lealtad, remitiendo al exmo”.
POR MARVIN OSIRIS HUERTA MARQUEZ