CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- Como es el caso para cualquier animal silvestre, tu nacimiento es el comienzo de una muy dura batalla por la supervivencia. Si comes ratones, tendrás que competir contra todo animal que coma ratones en ese hábitat. Además, la mayoría de esos depredadores no solamente comen ratones – también comen serpientes. Y la serpiente que te tocó ser, digamos, no parece tener las de ganar. Eres una pequeña culebra inofensiva del noreste de México, cuya apariencia resalta ante los ojos de tus depredadores pero por todas las razones incorrectas. No eres particularmente fuerte ni veloz ni hábil. Todo parece indicar que tu próxima parada es el lugar al que ya se ha ido más del 99% de las especies que han existido en la Tierra: Estación Extinción. ¿Qué podría salvarte?
Pues resulta que en tu mismo ecosistema existe una serpiente llamada Micrurus tener – conocida como serpiente coral. Esa prima lejana tuya, a diferencia de ti, posee un muy eficaz veneno neurotóxico que le ayuda a paralizar ranas. Suficiente razón para que incluso los coyotes la dejen en paz. La cosa es que desarrollar glándulas de veneno neurotóxico es un proceso muy largo y costoso en nutrientes. A tu especie no le queda tiempo para hacerlo; ya está perdiendo la competencia.
Pero hay una manera de burlar la tumba. Los coyotes (y demás depredadores) no pueden realmente detectar veneno, sino que han tenido que desarrollar una aversión instintiva a los colores de la Micrurus – que son rojo, amarillo y negro. ¡Ajá! Eureka. Es mucho más fácil evolucionar cambios en tu pigmento que construir un complejo sistema inoculador de neurotoxinas. Entonces haces eso. ¿Y cómo lo haces? Pues con el mismo sencillo mecanismo de selección natural que rige a toda la vida de nuestro planeta; dado que cada serpiente nace con variaciones aleatorias en su coloración, es de esperarse que aquellas que (por mera aleatoriedad) se parezcan más a la venenosa coral serán menos depredadas. Entonces ellas serán quienes podrán reproducirse y pasar sus genes a la siguiente generación. Repites el proceso por decenas de miles de años, y terminas con la hermosísima Lampropeltis annulata: la falsa coral tamaulipeca. Bien hecho, ahora los coyotes huyen de ti.
Todo parece ir bien – tu especie no sólo sobrevivió – triunfó. Eso de parecerse a una serpiente coral fue una maniobra excelsa. Pero no por mucho.
Tras milenios de ser simplemente un inofensivo regulador de las poblaciones de roedores y hasta de otras serpientes, llega una especie que convierte a tu adaptación en un arma de doble filo. Asemejarse a una coral es buenísimo cuando estás frente a un lince, pero no frente a un simio erguido de los que portan machetes. Tristemente, esta especie es una recurrente víctima del humano promedio – aquel que no debería matar ni a las corales verdaderas.
He personalmente encontrado a múltiples individuos de esta asombrosa especie (el reptil, no el simio, aunque también aplica) en varios ecosistemas de Tamaulipas; desde el semidesierto de Güémez hasta el bosque de pino de Gómez Farías. Puedo constatar que se trata de una de las serpientes más hermosas que habitan en nuestro territorio. Pero no necesita serlo para que valga la pena conservarla. ¿Y por qué no hacerlo?
Por. Marco Zozaya
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