Toda casa abandonada cuenta una historia. Esta es la casa de la abuela que antes fue del bisabuelo quien la hizo. Aquí ocurrió todo, tuvo un principio y los días sucesivos de aquellos años hasta la fecha, contiene la memoria y hay quien todavía la cuenta y quienes la escuchan.
Atraída por la energía de los sueños, cualquier día fue construida, no hace mucho, parece que fue ayer, dirían aquellos que lo vieron todo, o casi todo. Por la puerta no se puede ir al antes, está ahí el presente, el después y quien sabe, los años fueron visitas que pasaron en un segundo y dijeron buenos días y eran buenos.
Las viejas casonas son un desfiladero hacia el alma, y sin embargo existen numerosas construcciones nuevas que al paso derrumbaron bardas magníficas, casas que son de nadie, árboles que hoy son modernos departamentos de oficinas.
Casas que como ésta de la abuela combinan los diversos materiales que usaron para sostenerla. Las vigas aún miran desde arriba, hay puertas que mudaron de lugar, se recargaron de alguna manera en las paredes.
Prevalecen estéticos rastros de varias pinturas con capas de blanco en las paredes que al chorrear del agua deja cicatrices de moho en Ia piel de cáscara . Memoria del paso con niños corriendo. Al espiar, se nota cómo es que la humedad fue venciendo el material hecho talco que resbala por sus muros.
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Ubicada en pleno centro de la ciudad, hace esquina con otras construcciones que lucen ahora raras, ajenas a su época de los años 20s. Esta casa es de estilo clásico en su fachada, de sillar y adobe en parte.
Al interior conserva un pequeño patio que da la sensación de influencia italiana. Lo cual no es raro, a su llegada los italianos instauraron en esta ciudad en algunas construcciones su sello romano. Por otras parte, en aquel tiempo, en el centro de la ciudad no eran raras las casas de palma con su terreno de tierra y un gran árbol de mango.
Desde la calle se ve la fachada de la casa rebasada por una buganvilia. Brincó el techo y ahora se asoma hacia afuera. Cuatro puertas de madera, y tal vez de Mesquite guardan su histórico esplendor. En la única ventana que da al sur, el herrero se lució con la ventana que es una enorme flor de hojas de hierro
Esta casa sin techo conserva las vigas, atravesadas todavía por un rayo de luz que hace una sombra de ellas. Cuenta con tres habitaciones que en este periodo de su vida ha sido de todo, sala, negocio, y ha permanecido vacía por al menos los últimos 30 años.
En la estancia más grande que da a la esquina hay vestigios de muebles ya arrastrados por el suelo. Madera del techo quemada, abajo, alguien hizo fuego.
Las otras dos habitaciones tienen objetos extraños, tienen que observarlos con cuidado para identificarlos. En el piso donde se pise, en la primera habitación hay pedazos de cartón despintado, un envase de cloro insepulto en un montón de lo que quiere ser tierra, pedazos de tela vieja, y un soporte de tierra, encima un sofá retorcido.
La otra habitación permanece sin mayores huellas de violencia, vaciaron el contenido. Un rayo de sol le entra por todo un costado del techo y el sol se asoma rociando la luz en pequeños objetos.
Por años, el viento es lo único que entra y sale por esta casa. Se detuvo una historia, pero cuando se le ve nace la expectativa. ¿Qué seguirá? ¿A qué hora será reconstruida o acaso derribada?
En el patio hay una calma que permite en medio de tal nostalgia que la enredadera silvestre trepe por la pared y se sujete a una reja que protege la ventana.
En el patio crece una palma joven. Dos delgados framboyanes, zacate de gramilla, y dos palmas. Es rara la reja de hierro forjado en la ventana que da al patio, fue fundido en el fuego. Tal vez los abuelos temían que alguien se metiera, mas todo lo que entró salió de igual manera.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA