El 5 de febrero el presidente López Obrador presentó una serie de reformas constitucionales y otras a leyes secundarias (18 y 2 respectivamente). Una de las reformas que se presentó busca que los jueces, magistrados y ministros sean electos democráticamente. Entre la democracia y el poder judicial yace un debate ferviente: ¿deberían los jueces, ministros y magistrados ser elegidos democráticamente? Esta pregunta no solo plantea un desafío al corazón de la democracia, sino que también invita a una profunda reflexión sobre el equilibrio de poderes y la integridad del sistema judicial.
Por un lado, aquellos que abogan por la elección democrática argumentan que este enfoque podría fortalecer la transparencia y la responsabilidad. Bajo este sistema, los jueces estarían más directamente vinculados a la voluntad popular, sometiendo sus decisiones y acciones al escrutinio público. Además, al ser elegidos por voto popular, los jueces podrían obtener una legitimidad democrática más sólida, lo que potencialmente podría aumentar la confianza de la ciudadanía en el sistema judicial.
Sin embargo, esta aparente democratización del proceso judicial no está exenta de desafíos y riesgos significativos. La politización del poder judicial es una de las preocupaciones más prominentes. La elección democrática podría abrir la puerta a la influencia política y partidista en la selección de jueces, comprometiendo así su independencia y objetividad. ¿Cómo podríamos garantizar que los jueces, en su búsqueda del voto popular, no se vean presionados para adoptar posturas que complazcan a ciertos grupos o partidos políticos en detrimento de la imparcialidad judicial?
Además, existe el temor de que la elección democrática pueda desvirtuar la experiencia y el conocimiento especializado necesarios para el ejercicio eficaz del poder judicial. ¿Están los votantes adecuadamente informados y calificados para evaluar la capacidad y la idoneidad de los candidatos para puestos judiciales? La falta de expertise judicial entre los votantes podría llevar a la elección de jueces poco preparados, debilitando así la calidad y la integridad del sistema judicial.
Por otro lado, ¿podría la elección democrática de jueces promover una mayor diversidad en el poder judicial, reflejando así mejor la pluralidad de la sociedad? Esta pregunta nos obliga a considerar cómo podemos asegurar una representación equitativa en el sistema judicial sin comprometer su integridad y eficacia.
En última instancia, la pregunta sobre si los jueces deben ser votados democráticamente es una que requiere una consideración cuidadosa y una evaluación de los pros y los contras. ¿Estamos dispuestos a arriesgar la independencia judicial en aras de una mayor participación democrática en la selección de jueces? ¿Qué medidas podrían implementarse para mitigar los riesgos de politización y falta de expertise judicial? Estas son preguntas cruciales que deben abordarse con seriedad y reflexión a fin de preservar la integridad y la eficacia del sistema judicial en una sociedad democrática.
POR MARIO FLORES PEDRAZA




