¿Es legítimo el ejercicio del poder político que se fundamenta en la subordinación y la violencia? ¿Qué responsabilidad moral tienen los líderes políticos frente a las injusticias históricas perpetradas contra los pueblos oprimidos? Estas interrogantes nos llevan a repensar el concepto mismo de ética en el ámbito del poder político.
Semanas pasada leí un libro de Guillermo Bonfil Batalla titulado “México profundo” en donde sostiene que la verdadera identidad mexicana reside en el México profundo, en las tradiciones y formas de vida de los pueblos indígenas, que han sobrevivido y persistido a lo largo de los siglos a pesar de la dominación cultural y económica impuesta por la civilización occidental. Si bien no entraré al fondo de la obra de Bonfil, si me hizo cuestionarme sobre el ejercicio del poder político.
Replanteemos el ejercicio del poder político desde una perspectiva ética. Hagamos una crítica profunda a la historia de la filosofía política occidental y sus implicaciones en la geopolítica mundial, las dinámicas de dominación y subordinación que han marcado las relaciones entre diferentes civilizaciones, especialmente entre Occidente y Mesoamérica.
Considero importante adoptar una postura crítica frente al poder establecido, a cuestionar sus fundamentos y a promover una ética de la liberación que reconozca la diversidad cultural y el derecho de los pueblos a su autodeterminación. En el contexto de la dominación occidental en Mesoamérica, esta ética implica el reconocimiento de los daños históricos causados y la búsqueda de mecanismos de reparación y justicia.
La ética en el poder político no puede separarse de la justicia y la liberación de los pueblos oprimidos. Es imperativo cuestionar el ejercicio del poder que perpetúa la opresión y la explotación en nombre del progreso o el desarrollo. La ética en el poder político exige un compromiso con la justicia y la dignidad humana. La dominación de la civilización occidental sobre el mundo mesoamericano sirve como un recordatorio de las consecuencias nefastas de un poder desmedido y sin escrúpulos. Solo mediante una ética de la liberación, que cuestione las estructuras de opresión y promueva la inclusión y la igualdad, podremos construir un orden político más justo y humano.
Exijamos una justicia de liberación que es fundamental para construir sociedades más justas, inclusivas y sostenibles, donde todos los individuos puedan vivir con dignidad y ejercer plenamente sus derechos y libertades. Es un imperativo ético y moral que nos insta a trabajar hacia un mundo donde la igualdad y la justicia sean una realidad para todos.
POR MARIO FLORES PEDRAZA