Cuelgo del segundero del último reloj que hay en la pared. He podido ver parte de la vida, logré llegar en el momento de la risa, alguien me trajo una cerveza. Estas son mis vacaciones y mi playa con el sol al otro lado de la casa.
El espejo antiguo y estrellado muestra múltiples aspectos del rostro que lo mire. Cada uno encuentre la imagen perfecta para divertirse. En el sendero de la realidad la réplica en el espejo construye la vanidad con que se anda por las calles. Las calles del mundo por donde va la gente.
Supongo que la gente acude a alguna parte en concreto, luego vuelve para ir a otra parte y así sucesivamente hasta que llega la noche para cerrar la cortina. Las vacaciones se inventaron para romper la rutina, para hacer como que se nos olvida.
No he preguntado lo necesario. Dejo correr la incertidumbre, hay vida metida en desconocer. Lo he sabido siempre. Este es el momento de mi vida en que ocupo salir un poco a tomar aire. Cosa que no acostumbro en días reales. Esto debe ser un sueño y no tarda en despertarme la señorita de mi vuelo a Singapur, “Señor, estamos por llegar a Singapur”, pero yo tal vez siga dormido y disponible aquí en Victoria.
Se va sabiendo de a poco para saborear el aroma de lo nuevo, lo intenso del color único y la emoción de un movimiento sincero. Todo es nuevo, así que respirar se me hace que no podría evitarlo.
Aquí abajo de la sombra, donde las cosas aún no suceden, uno elabora la mescla con el antiguo episodio y dos carretillas de cemento. Las cosas que aún no suceden suelen arrepentirse y por eso la vida es muy bonita, porque uno nunca sabe.
En el escritorio se escriben vacaciones con fechas y horas de salida. La gente se turna para no volverse turva en el aeropuerto solitario. La fórmica del escritorio se ha dañado con el constante paso de los carros, de las personas resfriadas y de las tomas fotográficas.
Decía que se sabe poco. Miles de dudas suceden a otras y todas ocupan una versión distinta. Procuro ver los objetos que hay al alcance de la mano por si un diluvio. Escojo lo de este instante que es una pasta dentrífica atornillada a fondo a un lado del control remoto de quien sabe qué aparato.
Decía que las vacaciones en el patio al otro lado del sol son un vistazo a Facebook y otro Instagram. Estoy rodeado por un perro y de vacacionistas inconformes que no salieron siquiera en el presente texto. Escribo sus nombres en la arena de un país extranjero.
Me rodean las posibilidades de asombro, la habitación tiene una vista al muelle, quien sabe cómo le harían para voltear el muelle, ruedo por el suelo duro y frío, abajo de la cama encuentro una pelota, soy un pez sobre el concreto atlántico, me estoy volviendo loco. Ignoro si desde aquí, encima de este Delfin haya señal para ampliar mis días de asueto. Gracias.
Nada de diluvio, ni siquiera un chispeando, al contrario. El día me va llevando al otro lado del cuarto. Hice todo lo posible por pasar desapercibido pero el día me ha visto al salir del baño, se me había olvidado el jabón chiquito.
Una balanza cruje en el aire de afuera que pasa sin falta cada año. Cruje poemas en secreto y las canciones improvisadas a petición del público ausente. Saco mi apretón de manos y me saludo: qué tal señor cómo estoy, bien y usted, también, gusto en saludarlo cuando el gusto es mío, en serio.
Todos se han marchado y este es mi soliloquio más aplaudido por mi mismo. Oigo el estoico tic tac del reloj, siento el filo del segundero del cual dije que colgaba. Tendré que soltarme de un momento a otro, pero eso ni siquiera ha pasado. Yo sólo escribo. Podría aprovechar y despertar de vacaciones en Singapur, pero ya me despertó el de los troles.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA