La última vez es un lugar de donde nadie vuelve. Después de la última vez no existe ni siquiera un perro que pase por donde pasaron todos. Uno hace las cosas por última vez pues habrá que usar otras, cambiar un sentido por otro, hacer del buey un rato, dar la vuelta donde mismo e instalar un foco echando humo.
La última vez, una vez dicha, deja su cosecha de nostalgia e inutilmente queremos revivir el escenario que nunca, por más que se vaya a bailar a Chalma, se repite. Siendo la última vez, la última vez cobra vida, alcanza a ver el suceso que la sustituirá antes de perderse entre millones de acontecimientos desechables y bolsas de nylon.
La última vez. ¿Alguien recuerda lo qué ocurrió la última vez? Préstame la luz para ver la claridad de lo que ya no es, de lo que ya no existe ni se dice, simplemente ya pasó y nadie recuerda cuándo fue la última vez ni a quién de todos se le ocurrió.
La última vez que me pisaron un cayo fue… ¿Dónde sería? De la última vez que me pelié hay señales brutales. La memoria es meticulosa cuando la letra con sangre entra. La última vez pudo ser hace rato, iré a ver qué hay en el patio, hace rato fue la última vez y vi un gato.
No podría en cambio recordar la última vez que me partió un rayo según el número de mis peticiones, ni saber si al cerrar los ojos el mundo es otro neta, desde la última vez que lo vi.
La última vez llegó primero. Lo hizo como si fuese la última vez, el último minuto, la última cervatana del desierto y se fue. Con la última copa y el ultimo varo, la cantina cerrando, soy el último vato, el último borracho, el último cigarro respirado por los parroquianos del 5 Juárez. Esa fue la última ocasión que yo recuerdo.
Ya fue la última llamada en espera de otra, la última palabra fue dicha y no hubo otras, por última vez explican en qué consiste, cómo se reconoce que las cosas no volverán a suceder. Entra una llamada, la noticia hace tambalear el teléfono de quien responde todas las preguntas.
Para el cargo de dejar constancia en actas sobreviven los secretarios que toman nota de todo lo que se dice y sus observaciones. Claro que no recordarán el pantalón gris que nadie llevó al dar su testimonio, sería interesante si hay datos insignificantes a la hora de bolear los zapatos.
Llega uno y el secretario se instala los lentes para buscar el año de 1997, fecha de la última vez que aquí quedó el nombre en un diario. Después de desaparecer por un instante extrae varios legajos. Quiero una copia certificada que haga constar que el portador cumple años. De una vez súbelo al Facebook. Ya no me acordaba. Un número de ahí expulsaría el dato revelador, por la edad, de si aún corres 100 metros planos o si cruzas sin agitarte una tarde bañada en lagrimas. Dices que sí ambas cosas, te crees de 20 años, la secretaria del secretario no ha parado de reír.
La vida tal vez nos haya pasado varias veces por encima y cada vez de forna distinta moldea nuestra manera de caer de ancho. La vida también pasa por el cuerpo como si fuese un tráiler de Netflix pero en la zaga. Falta que un sujeto venda palomitas a la entrada de la sala.
La memoria atrae los recuerdos en contra de uno mismo. El oponente, la triste memoria, con clara ventaja va imponiendo su ley. Aún duele el golpe aquel en la cabeza, lo que explicaría todo.
Crecí con el lado izquierdo chueco causado por la piedra que me golpeó a mansalva, sin darle tiempo a don Luis soltar. He soñado la piedra, la velocidad a la cual viene, la breve consulta del instructivo para esquivarla; en lo que me arrojan otra espero por fin esquivar la derrota de llevar en descalabrada un posible remate de cabeza.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara