La designación de Lázaro Cárdenas Batel como responsable de la Oficina de la Presidencia del próximo sexenio, es un dato trascendente en más de un sentido.
Una jugada de tres bandas y varios impactos. La primera, porque tiene que ver con los símbolos y la construcción del relato político ideológico que habrá de requerir la consolidación del liderazgo de Claudia Sheinbaum. Cárdenas es un nombre todavía mágico en el imaginario de las bases sociales en las que se apoya el obradorismo o la izquierda mexicana.
El abuelo, también Lázaro, responsable de la expropiación petrolera, y el padre, Cuauhtémoc iniciador del movimiento que a la postre conquistó la Ciudad de México e inició el giro que culmina con la presidencia de López Obrador, son cargas simbólicas que se incorporan al equipo plural que está conjuntando la nueva presidenta.
Con una ventaja: es un nombramiento que no puede ser cuestionado por los obradoristas más recalcitrantes; al mismo tiempo que diversifica las bases de legitimación de Sheinbaum para no depender exclusivamente del cordón umbilical que la une a su predecesor.
Y es que la relación de López Obrador con el cardenismo ha sido de un respeto en lo formal, pero también de un obvio distanciamiento para, en mi opinión, evitar que el peso de la figura de Cuauhtémoc hiciera sombra al liderazgo único por parte del tabasqueño.
Es verdad que López Obrador designó a Cárdenas Batel como jefe de asesores, pero a ese respecto siempre me ha parecido que fue una estrategia, consciente o no, destinada a neutralizar el potencial político del apellido; entre otras cosas con respecto a la sucesión.
Al incorporarlo disminuía la posibilidad de una corriente disidente o crítica y, al mismo tiempo, al convertirlo en un asesor estrictamente de clóset, sin tareas ni apariciones públicas o relación significativa con otros actores políticos lo invisibilizaba.
Si AMLO ya había pensado en una lista de precandidatos, Cárdenas Batel habría sido un personaje incómodo dado el riesgo de que su nombre generara una espuma espontánea difícil de diluir. En tal caso, el ostracismo diseñado para este puesto en Palacio Nacional neutralizó el problema.
Como sabemos, Lázaro decidió retirarse anticipadamente, en marzo de 2023, con el pretexto de hacerse cargo de la secretaría general de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Faltaría ver cuál es el papel real que Sheinbaum otorga a la Oficina de la Presidencia.
En el peor caso, podría repetir simplemente con otro nombre lo que ya hacía con López Obrador, es decir, un asesor del escritorio del soberano. Pero no lo creo. El nombramiento ha sido anunciado como una especie de coordinador del gabinete.
En su versión más amplia eso lo convertiría en un operador político clave. Recordemos que en algunos sexenios este puesto dio lugar a personajes de enorme poder como: José Córdoba Montoya con Carlos Salinas, Liébano Sáenz con Ernesto Zedillo (en calidad de secretario particular, pero con estas tareas), Camilo Mouriño con Felipe Calderón.
Por el contrario, con López Obrador recayó en Alfonso Romo, con el encargo específico de coordinar la relación con el empresariado, pero sin peso político real al grado que terminó por interrumpirse al poco tiempo.
En ese sentido, la incorporación de Lázaro Cárdenas tiene, pues, un doble efecto: una carga simbólica por el indudable peso histórico que el apellido posee al margen del obradorismo y, segundo, un anticipo de lo que puede ser la operación política de la próxima presidencia.
La coordinación del gabinete desde Palacio Nacional constituye una definición, por ausencia, de lo que “no va a hacer” la secretaría de Gobernación.
Esto es importante, porque frente a la fuerza que detenta el gabinete económico con pesos pesados como Ramírez de la O. en Hacienda, Marcelo Ebrard en Economía y dos alfiles sumamente capaces y de todas las confianzas de Claudia, como son Luz Elena González en Energía y Altagracía Gómez para la coordinación con empresarios, la parte política parecía el flanco débil.
Rosa Icela Rodríguez en Gobernación tiene sentido como una figura de transición entre dos administraciones, pero francamente podría constituir una responsabilidad abrumadora el reto que se viene encima.
Tras una presidencia de enorme dominio, como fue la de López Obrador, los actores políticos buscarán ampliar sus márgenes de maniobra e impulsar sus propias agendas, y no siempre coincidirán con las prioridades de Palacio. Solo para hablar de las propias filas de la 4T el reto es mayúsculo: gobernadores, coordinadores de las cámaras como Ricardo Monreal y Adán Augusto López, ambos con intereses específicos, la nueva dirigencia de Morena que intentará favorecer su propia versión de lo que es el obradorismo, los partidos aliados y sus dirigencias, etcétera.
Rosa Icela es conocida por su llamada mano izquierda, un cuadro político versátil; pero no es un peso pesado, considerando el tamaño de la tarea, del corte que serían Juan Ramón de la Fuente, Mario Delgado o los ya mencionados Ebrard, Monreal y Adán Augusto.
En suma, el nombramiento de Cárdenas en esta importante tarea también puede ser leído como una forma de descargar a Gobernación de tareas esenciales de la coordinación política.