Una ciudad donde el padre fuera de onda y de tiempo, no entiende el lenguaje del hijo. “Bienvenido al futuro, hombre sin dientes, sin nada que decir a la sociedad de los zombies”. Se lee a la entrada de la ciudad de Nimuro.
Las casas están en la red, el net o el Internet, los espacios son digitales y la voz de “auto tune” es la misma en muchos lugares.
Un hombre de ciudad vecina quedó atrapado en su coche. En sus palabras transmitidas todavía en vivo, dejó saber su temor de llegar a la ciudad invadida por los zombies. Un anuncio comercial lo interrumpió antes de morir y por fin escuchó que debía comprar el out fit del color que le indicaban, necesario para pasar y usar el baño público.
Recordó que entre el monte hombres que huyeron de los zombies habían construido caminos clandestinos, siempre los hay, como cuando mandaron quemar los libros. Pudiera ser que bajo un árbol entre la maleza hubiera todavía un lector leyendo de memoria su libro favorito.
Su hija, la del mundo del tic toc, hablaba de monetizar el viejo perro que sabía ladrar cuando ella comenzaba su baile con el que ganaba miles de likes. Nadie le dijo hoy no sales, no alcanzaron a decirle, ni a explicar en qué consisten el libre albedrío.
Una nueva Matrix, una reciente agenda que encerraba a todos los zombies en un mismo lenguaje, una mismo símbolo para escanear las compras en la tienda.
La gente sale de casa, camina por la calle, se mete a una tienda a refrescarse, hace compras y vuelve, qué dice que dijo, otro que escuchó no lo recuerda, y no importa. La memoria para qué serviría, tampoco se dieron cuenta a que horas el recurso de lo aprendido fue usado para la escuela, antes de consultar a Alexa.
La sociedad de Nimuro piensa en las ciudades de los diez metros, los libros digitales de dos parpadeos, las manos apenas para un pequeño teclado, el mundo es un rectángulo en la mano que llevan obligadamente a todos lados.
Las muchachas usan la palabra clave para que un padre de los de antes te corriera de casa, pero hoy no se hace, sería una grave falta dejar una hija a la deriva. Lo es, dadas las condiciones del cambio climático.
Lo cierto es que en Nimuro, en la sociedad del año de 3000 ya no hay ilusión por el próximo año, sino para el siguiente segundo pues no te dejaron en visto y contestaron el mensaje con un corazoncito rojo. Se hizo viral el asterisco.
En cierta parte del planeta se escucha el canto del último teponaztli, del caracol marino. La naturaleza contiene flores que darían su alma por una bocanada de aire en el Amazonas, hay esperanza, lirios acuáticos, magma de vida vibrando en un pantano.
En Nimuro todo era tan normal o normalizado, a lo mejor, o a lo peor, no se dieron cuenta cuando cambiaron los sentidos por un celular , los sentimientos según diga una red social o el hecho de ver pasar a la gente agachada, rendida ante lo que diga la inteligencia artificial y el algoritmo que corresponde a lo que eliges al azar, la tendencia nacional de lo que dicen los demás, la ubicación correcta para el dron que te saque a dar la vuelta.
Entre la malesa avanza a las afueras del Nimuro nuestro incomprendido pesimista, antes que diga lo que piensa. Los optimistas lo habían visto rodear las bibliotecas cerradas antes de que un gobierno quemara todos los libros a 451° Fahrenheit, la temperatura a la que los libros se queman.
En círculos las palomas vuelan de la catedral al edificio de correos, planean un poco en medio de los árboles de ornato, como si fuesen aviones chiquitos y aterrizan donde hay zombies que se podrían tomar una selfie con ellas de fondo. Todo ocurre en un segundo y lo que sigue pasa sin darnos cuenta: nos hemos quedado sin datos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA