CIUDAD VICTORIA, TAM.- Ya no muevas el espejo, cúbrelo con una sábana porque truena y los rayos entran a la casa y pueden caer en nuestras cabezas. el tiempo es nublado, luego se pone negro, vidne la lluvia que escurre nuestras caras como si fuera un llanto para todos, saca las tijeras. cruza al cielo para que se pare el agua, clama, San Isidro El Labrador quita el agua y pone el sol, en Las Comas, donde los arboles se ponen negros con las frutas abultadas y deliciosas que resbalan de azucar en las bocas.
La Tia Matiana está afuerita, mira cómo ríe, con eda cara de gioconda, con sus labios gruesos de mulato como el color de las comas agrietadas por el sol. Sus manos están cruzadas como si guardaran el silencio de la noche y en la madrugada preparan el café sin azúcar, negro como lo que rodea a Las Comas desde la oscuridad a la luz.
La Tia Matiana está sentada en medio del patio como orgulloso florero en la silla de palma, con su pocillo de ribete azul de café. Su cabeza blanca de pelo trenzado, y sus labios carnosos que parecen derretirse al sol.
Se para, se tables la espalda, se soba el unto, para sentir su arrugada piel de setenta años en la tarde que se ha vuelto gris, azul, en la tarde donde pasó la lluvia.
La tía huele como si el agua se hubiera estampado en su vestido y las moscas que coreaban su cabeza y labios retornan a su sitio. La tia Matiana se recrea en la tarde que ha cambiado de color, como si espejeara los colores de las nubes y aparecueran un retrato diferente a cada instante.
Bañase tia, le digo, bañarse, huele muy feo. y me contesta, para que mijo, si no –estoy en uso–, y con este cansado unto, ya no estoy en uso. Bañase tia, le insisto, mientras sus ojos destemplados por sus párpados caídos se confabulan con su sonrisa caída de ironía.
su vestido de estampado de flores, curado por el tiempo, sus pechos casi a la cintura. sus hombros alzados, recortan su enorme estatura en el patio de la casa. Su piel como sus labios están partidos por el tiempo y sus manos burdas que saben del trabajo del hogar y de la tierra son retrato de un pasado de sudor y de fortaleza que se repartió en sus hijos al embrujo de sus consejos de sabiduría del campo.
la Tia Matiana parece una escultura humana, tiesa en su silla de palma, adornada por los árboles de coma que rodean las cercas y afloran las sombras del henequenal.
Es la mañana que se ha vuelto sol agrio al mediodía, las nubes espejean, y calientan en sus globos el agua que parece que viene, que centellean. que asoman a la ventana del cielo, porque parece que viene otra vez la lluvia. Y hay que cubrir los espejos porque un rayo perdido nos puede partir.
Para –que me baño– se pregunta, si no estoy en uso–, la tarde se viene caliente y fresca, no hay tiempo perdido, todo está en su lugar, la silla, el pocillo, los árboles de las comas viejos y tostados, y el café que humea en el brasero.
Las Comas, no están lejos, el tren las acerca y puedes sacar las manos por las ventanillas y llevarlas a tu boca, que se ennegrese con su jugo negro azucarado.
Por Alejandro Rosales Lugo