En este inmueble vivo o muero. Como gusten llamarle. Este es mi esqueleto en cruz, estas son mis cuatro paredes. Hasta aquí traje todo lo que soy, lo que doy y recibo, con sólo ser y estar en el libro que todavía no escribo.
Vine como a Comala porque me dijeron que aquí encontraría a mi padre y me he quedado y me iré. Como toda la gente que viene, no puedo decir me quedaré, tarde o temprano sin golpe avisa estaré en otra parte.
La luz mortecina de las ciudades son brillantes en una mano. En el fugaz devenir recorre la calle el tiempo. Tiene la noche un pájaro con ramas. Tiene también la noche su propia noche celebrada. Cumpliendo oscuridades, estoy agazapado en este casco.
Las formas que tienen que ver con este dibujo atrapan la mano. Escribo en el árbol de un río. En las raices del agua. Las formas son esquemas y también imágenes negras y blancas. El dibujo se cumple después del almuerzo cuando camino solitario entre los concursantes.
Hay un zumbido en el aire. La noche se ha metido a las gargantas de los fantasmas. En la nube oscura se escribe un poema. Bajo los espectros de las sombras, las sombras son sus propias sombras.
Voy sucumbido, ligero, aturdido, medioevo. El esqueleto empuja el cuerpo. El aire lleva un cuervo. El viento es un tren callado a lo lejos temblando. Intensamente el día se reparte sonidos en mis orejas: timbales de lámina, cartón y fierro, colchones que ya no sirven, zapatos viejos pisando un chicle.
Los colores son el lujo del intenso mediodía, la lejanía mantiene la memoria intacta de la última tarde en variaciones de una misma música. Toda canción, con el tiempo, es una elegía del hombre y del día. Nadie puede asegurar que los mejores paraísos fueron aquellos perdidos.
Durante la noche hay un suave resplandor inexplicable, un sonido, una charla en el océano negro. En las trivialidades de esta hora murmura la calle. Este inmueble de cuatro paredes, cubo de hielo, extraño vaso de agua escucha su risa.
De modo consecutivo los relámpagos han roto los cristales. Cada noche hay un dejo de vidrio, cristales caídos al suelo. En el espacio se espolvorea el nudo en la voz, las manos torcidas, los brazos cerrados adentro contienen los escombros.
A diestra y siniestra he sido quien soy. Por las cuatro esquinas me buscan descalzos, fumando cigarros baratos, en un momento de silencio soy el lobo aullando, pensándome.
El silencio se arrastra, toca las piedras y besa el suelo a cada rato. En las cuatro paredes aterrorizadas, la humedad, el sinuoso ladrillo, las ventanas cerradas amparan las cortinas. Pulula pesado en el eco, el formidable sigilo de un gato pardo.
En las palabras hay cuadros de Picasso, sonrientes. Hay Van Gogh, amarillo sombra. El espíritu del niño Chagal y sus cabras azules que vuelan. Veo la noche en un reloj atando cuerdas, descompuesto antes de que amanezca.
Un resorte salta del suelo pavimentado y sale el gran payaso agitado, sonriente. En el globo se ven las ciudades, los parques infantiles, los amplias carreteras federales. Hay espacios muy marcados de luz intensa, los ojos brillan demasiado como para no pasar desapercibidos.
Atrás de los altos pastizales acecha la noche. En los edificios cabizbajos se mueve la noche y escapada del sol, contra el rostro, la ciudad me toma por los hombros y es lo que hay. Desde las azoteas de estas cuatro paredes, que me guarde la sombra, que camino por el puente que va a la colonia moderna.
En sus grandes alas, atrás del viento, atrás de la herida, de la grieta, de la reyerta está la noche. Uno camina sobre los vientos. La noche se promueve entre la gente. Me voy quedando despierto en el centro de la noche como un tigre.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA