Gisèle Pelicot salió de la corte francesa en medio de aplausos, ovaciones y flores, como muestra de apoyo al difícil proceso judicial que está llevando desde 2020, en contra de más de 50 hombres por haberla violado mientras estaba inconsciente. Entre ellos, su esposo, quien la drogaba para prostituirla y grabar estos actos de sometimiento y humillación sexual.
El señor Dominique Pelicot, ante los ojos de su esposa, era un marido excelente, padre y abuelo cariñoso que disfrutaba las excursiones en bicicleta con sus amigos por las carreteras de un pueblo del sur de Francia, por lo que ella nunca imaginó que, en realidad, vivía con un depredador sexual.
Recientemente, Gisèle se ha enterado de que las drogas que le administraban para dejarla inconsciente a merced de estos depredadores sexuales son las responsables de las lagunas mentales que sufre y que han requerido atención psiquiátrica.
Contrariamente a lo que la sociedad cree, estos depredadores sexuales no son hombres con problemas psiquiátricos, sino hombres con una educación tradicional basada en creencias machistas: los hombres valen más, las mujeres están para atenderlos y complacerlos, ellas son de su propiedad, ellos mandan. Ellos son los hijos más sanos del patriarcado.
Esta violencia normalizada llega a tal grado que es increíble que ninguno de los hombres que fueron invitados a cometer estos deleznables actos los haya calificado de ilegales, inmorales o, al menos, pensado que están mal y no haya denunciado estos delitos.
A pesar de las graves afectaciones a su salud física y mental, la señora Gisèle ha podido enfrentar la exposición mediática de manera épica; convencida de que las víctimas no tienen nada de qué avergonzarse, ha solicitado que su nombre no sea ocultado, que se sepa quién es ella, cómo se llama y lo que ha sufrido en manos de esta manada de hombres.
Por lo que la señora Gisèle se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la violencia sexual, esa que marca, que etiqueta, que “devalúa” socialmente a las víctimas, especialmente a las mujeres y niñas.
Son los violadores y agresores quienes deben rendir cuentas a la sociedad, enfrentarla sin ser protegidos por otros hombres, por su manada, en nombre del pacto patriarcal. La sociedad debe reconocer que son los depredadores sexuales, los violadores, los agresores, quienes tienen mucho de qué avergonzarse, no sus víctimas. Es tiempo de que la vergüenza cambie de bando.
¿Usted qué opina?
POR NOHEMI ARGÜELLO SOSA