Vivimos en una sociedad donde la fuerza de las leyes parece difuminarse en la confusión de su propósito. Las leyes, nacidas para ser el pilar de la convivencia y el camino hacia el bienestar colectivo, hoy parecen multiplicarse más por reacción que por reflexión. Es común preguntarse, ¿quién decide qué es justo y qué no lo es? ¿De dónde emana esa autoridad que debería guiar a la sociedad hacia un ideal de justicia y equilibrio? Y, lo más importante, ¿aún conservan las leyes su misión de velar por el bien común?
En muchos países se percibe un descontento hacia las leyes, que a menudo son vistas como barreras, incluso como instrumentos de control, en lugar de vehículos de bienestar. A veces parecen diseñadas para satisfacer intereses de grupos particulares en vez de cumplir con un propósito universal. En lugar de guiar hacia un fin social y moral, los ordenamientos actuales pueden reflejar tensiones políticas o responder a la presión de actores específicos. En este contexto, surgen dos preguntas cruciales: ¿qué lugar ocupan el ciudadano y la justicia en el derecho moderno?, y ¿están las leyes verdaderamente en sintonía con el bien común?
Los antiguos griegos, hace más de dos mil años, se planteaban cuestiones similares. En su diálogo “Las leyes”, Platón plantea que los legisladores discuten cómo deben construirse normas que no solo regulen la conducta, sino que también dirijan a la sociedad hacia un ideal superior de vida en comunidad. El propósito de la ley no es solo ordenar, sino educar, motivar y guiar a cada ciudadano a vivir en armonía con los demás y consigo mismo. En este diálogo, se pone el acento en la justicia como una búsqueda de virtud, y no meramente en la legalidad como obediencia ciega.
Aplicado a nuestro tiempo, esto implica que el ordenamiento jurídico debería mirar hacia el bienestar de todos, no como una formalidad, sino como su objetivo central. Las leyes no solo deberían ser un conjunto de normas estáticas, sino un reflejo del ideal de justicia y una guía para la vida virtuosa. Es decir, que el derecho moderno tendría que acercarse a un propósito que la sociedad misma puede reconocer como justo y necesario, ya que no puede existir una norma que exija obediencia si no se percibe como legítima o si no busca el bien de todos.
¿Sería posible crear un sistema jurídico que refleje las aspiraciones de todos los sectores de la sociedad y no solo de unos pocos? Si la misión de las leyes es promover la justicia, entonces todo el cuerpo normativo de un país debería revisarse y adaptarse constantemente para evitar injusticias y corregir desigualdades. Pero el desafío real no es solo escribir leyes más justas, sino educar a una ciudadanía que las respete no por miedo, sino por comprender y compartir el ideal de justicia que representan.
POR MARIO FLORES PEDRAZA