Por un descuido de mi parte no vi el momento en el que él le tomó la mano a ella. Hacia rato que llegaron y había notado lo que todos quienes pasan por esa banca notaron.
Ambos estaban sonrojados como dos adolescentes. Sonreían ante el mínimo gesto de sus caras. La gente no dejaba de pasar enfrente de ellos, como a propósito. Intuían el momento clave y querían averiguar, ser testigos de un hecho más contundente con qué alimentar su memoria aciaga y acaso vacía de ese día, como la mía.
Yo podía observarlos sin mayor riesgo desde un segundo piso. Vi cuando llegaron y se sentaron. Les calculé arriba de 30 años, sin mucha experiencia y muy tímidos para estos tiempos ¿De dónde habrán salido?
Él la tomo de la mano y la acercó un poco a sí mismo, y ella no dijo nada, pero por un efecto de un poco de nervios y vergüenza volteó para todos lados a ver si alguien había visto aquel atrevimiento. Todos vieron. No había persona que pasara que no notara aquella mano delicada en la otra monstruosa y velluda.
De pronto él sacó ánimo de alguna parte – nunca se sabe de dónde- y se acercó un poco más para estar a distancia. Él volteó para todos lados y vio que estaba pasando mucha gente que minutos antes no pasaban. Se habrían puesto de acuerdo para observar desde gayola aquel instante crucial.
Y sí. Pasaron para verlos todos los que pudieron pasar, gente que no había ido nunca a la plaza, jóvenes de la prepa riendo siempre, viendo aquella extraña pareja que les doblaba la edad. Pasó un compañero de la primaria, ya veterano de guerra, haciendo como que no miraba y de repente miraba.
A mi no me pregunten que cómo nació ese amor porque lo he visto todo.
En un arranque ya esperado por ella, él la abrazo e intentó darle un beso que ella eludió con facilidad, fue por la falta de habilidad del sujeto que no supo tomarle las mejillas o ir de a poco. Sin embargo la apretó con fuerza y le besó el cabello, un poco el cuello, ella forcejeaba en medio de la plaza de aquel espectáculo, donde todos observan con atención el desarrollo de los acontecimientos para no perder el momento en el cual él logre darle un beso en la boca.
Alrededor se había formado un pequeño público. Las bancas se habían ocupado incluso las de sol preferente a esa hora del mediodía, como cuando jugaba el correcaminos y le ganaba al Unión de curtidores.
Di cuenta que las señoras y señoritas mayores de 40 eran las más acuciosas para medir cada detalle y que los varones mayores de 60 predominaban sobre el resto de la concurrencia. Gente del barrio, señoras amas de casa luego de sus compras habían acaparado los mejores lugares de la luneta.
Mientras tanto él hizo un segundo intento para besarla pero ella esquivó esta vez con una sonrisa, y él reaccionó fingiendo molestia al cruzarse de brazos. “El tal vez está enojado de veras”, dijeron algunas señoras, que casi en coro fue secundado por todos.
Y como la tercera es la vencida, él espero a que dejara de pasar la banda que siempre pasa y la agarró descuidada, al menos eso pensó él, no así los señores que vieron que aquello fue a propósito. El beso en la boca duró sólo 3 segundos, pero ella creyó que fue eterno, así que al desprenderse el mundo todavía estaba ahí, era el mismo con la misma gente.
Ya encarrerada, ella nunca pensó en hacerlo pero provocó un beso esta vez un poco más largo y luego un tercero que hicieron que la fanaticada se retirara aburrida del estadio, pues el final ya no era necesario. Ya lo sabían de antemano. Si me lo preguntaran yo diría donde acabó todo esto, pero nadie me lo ha preguntado. Ademas, por un descuido de mi parte, tampoco vi por dónde y a qué horas se fueron.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA