Trump regresa a la presidencia norteamericana con un nivel de capacidad muy superior al de su triunfo en 2016. Su triunfó fue avasallador.
Lideró una amplia coalición de grupos sociales que incluyó a los latinos, en gran parte de ascendencia mexicana, a las mujeres blancas de los suburbios, a los hombres negros y sobre todo, a la población blanca sin estudios universitarios. Con ello ha reafirmado su control absoluto sobre su propio partido, el dominio del senado y posiblemente adquiera el control de la cámara de representantes. En 2016 Trump enfrentó desafíos, discusiones y largas esperas para que el congreso norteamericano ratificara muchos de los puestos clave de su administración.
En esta ocasión todo apunta a que sus candidatos serán ratificados sin problemas mayores; lo que implica que podrá enviar candidatos con perfiles más cercanos y fieles.
No solo tendrá un gabinete más a modo; sino que amenaza con barrer de las entidades públicas a gran parte de su personal y substituirlo con su gente.
Es decir que las entidades con un servicio civil de carrera tendrán menos oportunidad de actuar de manera morosa o sabotear sus instrucciones, como con frecuencia ocurre en cualquier gobierno norteamericano Trump ha declarado que en 2016 intentó acomodarse al contexto político y gubernamental existente.
Ahora dice que no cometerá ese error; llegará con más experiencia personal y un equipo más amplio y fuerte, e impondrá su voluntad. La primera presidencia de Trump exacerbó las tensiones internas de la sociedad norteamericana, al grado de que algunos de sus seguidores hicieron lo impensable; asaltar de manera violenta la sede del congreso con amenazas de muerte no solo para sus rivales políticos sino para su propio vicepresidente que no le había sido fiel al extremo de la ilegalidad.
El mundo y México tendrán que lidiar con un super Trump que podrá dar rienda suelta a sus peores características personales; caprichoso, impredecible, grosero, egoísta y autoritario.
Tiene no obstante una cualidad; es pragmático, negociador duro, pero negociador a fin de cuentas. Ante el ascenso de Trump las primeras reacciones de México han sido la felicitación de la presidenta Sheinbaum; la afirmación de que habrá una buena relación entre México y Estados Unidos y el dicho de Ebrard, secretario de economía, que descarta futuras dificultades debido al nivel de integración económica entre los dos países.
Son declaraciones apropiadas y oportunas para calmar los mercados; pero si ahí nos quedamos estaremos en problemas. Porque en este caso aplica aquella máxima de “esperar lo mejor y prepararse para lo peor”. Requerimos planes de contingencia en caso de que Trump cumpla así sea solo una parte de lo que amenaza.
Hay que empezar por reconocer que el problema es precisamente la alta integración entre México y Estados Unidos que nos hace muy vulnerables a lo que intentará Trump: cambiar el modelo que dejó sin empleos industriales bien pagados a los trabajadores de clase media norteamericanos. Un sector social agobiado por el empobrecimiento, la necesidad de los hogares de trabajar más (amas de casa, hijos adolescentes), el desempleo, el alcoholismo y la drogadicción.
Cien mil muertes por sobredosis de fentanilo al año no es poca cosa, como no lo es la caída de la esperanza de vida de la población blanca sin estudios universitarios.
Trump exige que México detenga la emigración masiva y el flujo de fentanilo y, además amenaza con deportar a millones. México tiene un modelo que desprecia al sector rural y la pequeña y micro producción convencional orientada al mercado interno.
El reciente incremento de los ingresos y del bienestar de la población, que aplaudo, se apoyó en importaciones abaratadas y propició la destrucción de la producción de granos, calzado, textiles y mucho más. No se puede simplemente detener la emigración nacional y centroamericana, recibir a millones o cientos de miles de deportados e impedir el flujo de fentanilo, sin un plan para no ahogarnos en el incremento del desempleo, la informalidad, la criminalidad y la abundancia de drogas dentro del país.
Trump va a reducir los impuestos a la producción y las empresas dentro de Estados Unidos. Esto las hará más competitivas sin necesidad de irse del país. Una consecuencia es que desalienta el nearshoring que hasta el momento pareciera ser la única patética esperanza mexicana de crecimiento económico.
Si además impone aranceles a las exportaciones de México podemos caer en un proceso de desindustrialización que destruirá lo poco de lo que podía presumir la globalización a la mexicana. Una globalización centrada en las exportaciones a los Estados Unidos, pero no competitiva en el resto del planeta. No se puede detener el flujo de migrantes y fentanilo sin arrebatarle su control al crimen organizado.
Tal exigencia se traduce necesariamente en un cambio de estrategia de seguridad. La amenaza de declarar terrorista al crimen organizado que incide en Estados Unidos es de hecho una amenaza de intervención directa. Ya es muy claro el abandono de la ideología del libre comercio dentro de Estados Unidos. Ha triunfado el proteccionismo orientado a recuperar la producción y los empleos industriales.
Esa es la oferta de Trump a la clase trabajadora a cambio de no tocar sino incrementar los privilegios oligárquicos. No vale la pena discutir si lo conseguirá o no; si provocará una inflación que repercutirá negativamente en el bienestar de su población. Lo importante en esta coyuntura es que parece decidido a intentarlo y eso basta para darle un rudo golpe a México.
Ante el cambio de modelo allá; necesitamos planes de contingencia aquí. No se trata de abandonar lo poco que nos ha dado la globalización en términos de crecimiento, empleo y bienestar.
Pero si de proteger y hacer crecer lo que abandonamos en el camino. Hay que generar empleo rural y urbano en actividades productivas convencionales de bajo nivel tecnológico; para desde esa base ir haciendo crecer un sector amplio de micro, pequeñas y medianas empresas que avance en el auto abasto estratégico.
Hay que revisar a fondo la estrategia de autosuficiencia alimentaria fracasada y el hecho de que hoy en día tengamos que importar hasta los… calcetines. Tendremos que reaccionar con un modelo de mercado regulado que oriente el consumo popular, empezando por las transferencias sociales, al consumo de productos nacionales.
Eso requerirá un gobierno fuerte, con muchos más ingresos que los actuales para impulsar la producción y recuperar el control del territorio. Eso será lo que se tenga que defender en la renegociación del T-MEC. Habrá que decirle a Trump que solo así podemos avanzar en el control de la emigración y de los flujos de fentanilo. Lo primero es reconocer la necesidad de cambio.