Veo cómo corro, no avanzo, me viene siguiendo la calle, los rumores se metieron temprano, hay un espacio en blanco, una hoja sólida, una sola letra que quiere decir y nunca dijo algo.
No sé escribir, sé leer apenas de forma equivocada, sé decir mentiras a medias, soy el silencio de noviembre, la cosa nostra, la deforme conciencia que ignora qué piensa, qué sabe, qué escribe.
Me hicieron en todas partes. Escribo, y es todo, otro a los lejos viendo me apunta, me inscribe, me escritura antes de irse, de quedar en vernos de alguna manera a los huecos de los ojos. La vida es entonces una espiral de nostalgia que conmueve a la noche. Abajo hay vidrios, guijarros de platos, porcelana en retazos, tiempo ido, platos de hormiga, trompos desguijados.
No sé escribir, si lo supiera lo superan, lo dijeran, lo escribieran, no sé decir para decirlo con palabras, sé escuchar, que algo dijeron, lo que sí y lo que no, el resto no importa. Nunca ha importado.
Uno corroe la especie, la hilvana en los sonidos de la distancia, la convierte en polvora, la hace un diminuto fuego de cerillo, ligero y emprendedor, pequeño. Crece el humo por dentro imperceptible, entre las ramas, el cerillo es humo, lo que no era es ahora un concurso mudo.
No quiero quebrar las rocas, sobre un estremecimiento, he desarrollado una espina, se encaja, se enreda, se mutila. Es una nigua.
Superen mi letra chueca, escarben en la sílaba, supongan un acento con brillo, dejen caer la tinta, escurran con ella, sean lo que no soy de una vez por todas.
Antes de partir quemaré las naves para no volver a la tierra prometida, para hundirme hasta la escotilla y respirar la sal de mi cuerpo. Antes de quemar las letras, antes de una coma, antes de un guión incompleto, donde haya un hombre incendiado. Antes de las llamas.
No sé escribir que escribo. Me escuchan las voces, me sacuden los huecos. Soy el pelo brilloso, la corbata sin nudo, el hijo desobediente, el mal tiempo, el clima veloz que arrastra las montañas de arena en los ojos.
Antes de existir no sabré escribir tampoco, ni seducir, ni caer como los vivos, debo aprender a ser más eficiente como un bulto. Dejar de ser, de patalear en el mero momento, dejar de ser, aprender a no ser, a dejar de ser.
Quiero lo que no quiero y si quiero no diré nada. Nada vale en un encuentro o en una despedida si no es la mano apretada, yo no tengo esa mano, se fue volando, era un pájaro.
Bebo agua solamente. Me alimento de prana, soy porque soy, sólo un esqueleto entre la gente, cargo en mi espalda este pesado cuerpo, me caigo y lo levanto, faltan kilómetros.
Quiero querer si puedo, no el paso definitivo, no el soberbio brinco, no la brutal llamarada de petate, no el salto final en un pozo de arena. No quiero la cadena, el zapato lejos, la escarcha de helio, la prisa absurda.
Anoche escribí esto, aun lo escribo, lo desnudo, lo enderezo, así lo dejo, tendido en la calle como el resto, hay otros papeles a fuerza de ser viejos y decir algo que realmente no exista, soy el papel maché, el turbio elemento, el monigote grotesco que llegó aquella tarde.
Estoy en mi cantina, en mi ración de espuma, en mi candor, en mi calor, en mi sobreseimiento. Junto a libros que se queman, se incendian también los aromas en la fuerza del sopor de un recuerdo.
Estoy en una cancha de acero liquido, libero una batalla contra el cuerpo, pero descanso. No soy el último feliz escribiendo esto, después de mi vendrá sin duda el mejor tiempo. Para ese entonces seré una corriente de aire fresco que venga de la calle.
HASTA PRONTO
Por. Rigoberto Hernández Guevara