El otoño es un concierto barroco. Llega con las multitudes, con el gran sembradío de los días. Con las nubes ligeras todavía alegres, con la lluvia esporádica previa al invierno frío, el hombre aparece tranquilo con un suéter colgado del hombro.
El otoño abarrota el pleno de los cabellos, hileras blancas de canas. Comienza a escucharse la voz seria y gruesa del galán otoñal Mauricio Garcés. El hombre recoge el Otoño de las hojas caídas antes de que las pisen y- previo al próximo viento que trae el invierno- hará una fogata con los recuerdos.
Los días prófugos no volverán a donde hay cicatrices y sombras de la lucha grecorromana. La luz de los ojos es vespertina con un puño de arena. La puerta contiene la historia larga, abierta y cerrada, pero conserva el aroma intacto a lavanda.
Al principio del otoño todavía hay primaveras en los patios, locaciones con mariposas amarillas, el sol confundido arroja días como si fuese verano, aunque poco a poco es seducido por las tardes de nostalgia, la música de Jazz en un barítono alto de la plaza. El saxofón como un gran pájaro. Encima cae un chipi chipi que el galán otoñal ofrece a los años transeúntes de su experiencia democrática.
El cuento es el mismo: con el poeta el Otoño recorre las islas de un sorbo de café. Aquí se bebe en la espléndida tormenta, afuera concursa el apogeo de la juventud del maravilloso planeta.
La patria fue una herida cicatrizada, ahora híbrida. En el curso de la conversación el Otoño deja entrar un ligero airecillo del rancio abolengo de la sabiduría. La charla se anima entre iguales, los pies cruzados, los libros no leídos, la ausencia de unos cuantos que nadie menciona.
Las caminatas son grandes hazañas con obstáculos que todos comentan, antes estuvieron, sólo nadie se dio cuenta. Sin embargo recuerdan a Frank Sinatra cantando la tarde en que vio llover, la vez que Elvis dijo que preferiría besar cinco mujeres negras que a una mexicana, como si eso importara. A Marilyn Monroe con quien quisieron alegrar las horribles trincheras en Vietnam.
En la plática está Leo Dan ¿y usted a quién recuerda?, si es argentino a Palito Ortega. Si es mexicano no sé por qué pero al espejismo de Juanelo, uno que decían estaba muy feo. Aquellos eran jóvenes, pero la juventud todavía está al acecho, corre por los pasillos buscando a los artistas del nuevo cuño, aprendiendo las canciones, sonriendo siempre como los niños de pocos dieces y bastantes embustes.
Se ignoran los motivos, pero dicen que en otoño la tierra es más pesada bajo los pies. Intente saltos con veinte repeticiones. Cualquiera puede hacerlo, recuerde eso en la soledad del cuarto si nadie le observa. Añada, si puede, diez lagartijas.
Entonces la tristeza tiene más sonrisas, los libros con menos palabras son más sabios. La palabra contiene muchos significados y sin esfuerzo el pensamiento es hijo único de las palabras. Y las palabras dicen las cosas que no tomó, los paisajes que no vio, las mujeres que no tuvo, los sueños que no soñó, los vuelos que no realizó. Ya estuvo.
Por la calle el otoño camina. La ciudad son estampas de diversas épocas en la cabeza. El estilo, no se sabe cómo ni cuando, se volvió clásico como la forma de encender un cigarro. El traje es estival y de buen gusto, la mirada al fondo de la calle no pierde de vista el piso. Los sueños vuelven de París en las novelas de Émile Zola. Es un hombre sin armadura y parece indefenso, pero no lo sé, es sólo un poco de más calma quizás.
Se es galán todavía y con más chistes en la mollera. En el morral trae más consejos, todos utilizados en la guerra dispareja y son inservibles pues cada vida es distinta. Todos irán al primer bote de basura que pase por la ventanilla. Y eso es bueno.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA