Escribir es un mundo, una vida, otra manera de ver las cosas, una realidad distinta. Por tanto, leer nos muestra la visión de otras personas en relación con la nuestra; una posición diferente buscando convencer, enseñar, divertir o sencillamente conversar.
Un libro aún cuando es uno solo, crea versiones en quienes lo leen. Las opiniones muy comunes en un grupo suelen ser extrañas en un conglomerado surgido de apartadas culturas.
Y es que el libro- por más que así se intente- no sirve para crear unidad, acaso lo contingente, lo contrario es lo que consigue: controvertir al ser el humano, un ser con su muy personal punto de vista.
Uno de pronto se vuelve los libros que leyó y aquellos que no leyó. La influencia es tal si el usuario se apropia del contenido y los hace suyos, pues hay aquellos que los usan como un manual para la vida.
Sin embargo el libro poco a poco desaparece asi como se le conoce, en las ciudades se han cerrado algunas librería y las que abren tienen pocos clientes. Desaparece, pero se esparce en pequeñas lecciones. El libro físico desaparece como tal y se convierte en una pantalla de cristal.
Sin duda el conocimiento continúa su camino para llegar a la gente. Queda la nostalgia en la gran biblioteca del mundo donde se guardan los libros de los memoriosos que los leyeron.
Qué tal si escribo esto en el año del 2050. Cuando existen miles de formas de infundir conocimientos, normas, emociones y enunciados alegres que dejaron de ser memes en las redes sociales. Todas las abuelitas tienen cuentas en las redes sociales.
En la realidad contemporánea ya no asombra no ver personas leyendo al borde de una plaza o en la sala de casa. Las últimas bibliotecas hogareñas son sustituidas como centros digitales para un trabajo en linea, para consulta del muchacho y sus juegos de video. Los libros, herencia del abuelo, son un recuerdo, acaso un trofeo logrado en la era de la imprenta.
La misma condición de los premios Nobel cambió. Hoy dan ese reconocimiento a los poetas cantantes, a escritores locales de Dinamarca. Y no es problema, aparte de que no tendría por qué serlo, en un estímulo millonario que se había pervertido entre un club de amigos.
Los libros son pesados y es difícil llevar diez de ellos cargando por la calle. El móvil permite llevar miles en un micro chip, que pued viajar en la mano en lo que con la otra se va manejando un carro. Ahí mismo se consultan opiniones al respecto, se resuelve la tarea de la escuela o nace un autodidacta.
La formas en que el conocimiento maneja o manipula la conciencia y el inconsciente por medio de la red Internet tendrá repercusiones difíciles de imaginar. Los mismos alcances que hoy tienen son incontables e incontenibles así como nos lo vendieron y el mundo lo adquirió. Nadie imagina un día sin el Internet que mueve y conmueve al planeta.
Eres poca cosa si no traes un teléfono celular, si no andas conectado, si no estás registrado en las redes sociales. Y pensar que hace muchos años era un milagro que con una moneda pudieses desde una caseta hablar con el pariente lejano.
Pero volviendo a la lectura y los lectores, tal vez ambos desaparezcan pronto al ser innecesarios, toda vez que los datos que se ocupan suelen ser visuales, imágenes, y de audio.
Las opciones de lectura peligrosamente- sin embargo y sin quien las detenga- se han multiplicado de la noche a la mañana y lucen en los descansillos de la casa a cualquier hora y al alcance de cualquiera, sin importar género ni edad. Una tecla basta para abstraerte de este mundo y llevarte a otro, quien sabe si falso o cierto, si real o simulado.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA