Debe existir en la ciudad alguna casa, algún espacio, un bar, un cuadro a donde concurran los tiempos juntos. En ese lugar se podría hablar al tú por tú con el pasado, de cosas triviales y hacer la tarea los más jóvenes, si quisieran.
Por ahí está la ventana por donde se vieron las calles de antes con carruajes pasando llevados por caballos, con pasajeros a la usansa clásica.
En algún tiempo remoto de la existencia o a simple vista se acurruca la idea de estar frente a un gran museo viviente. Reunir a personas que son estatuas, ausencias ingratas, palabras con fecha,
Pase usted señor aquí están los caudillos cuando fueron niños, puede usted preguntar lo que usted guste. Al fondo hay dinosaurios con un megalodon en los dientes.
Si usted prefiere, mediante una corta feria, usted sabe viáticos y gastos menores, el museo podría ir a su casa, escoja usted la época o el personaje de su preferencia. Podría esta misma tarde merendar en su mesa, entablar una charla, usted elige si colgarlo en un retrato de la sala si gusta.
Para que usted no muera de hambre habría ventas de antojitos hechos a la usansa antigua, con metate y molcajete, nopales, corazones con ajo y chile, huevos con chile piquín, chochas, frijoles con queso de cabra de Palmillas, qué más quiere. Para beber escoja la época y observe cómo revolucionaron los refrescos: El Bimbo, el Barrilito, Jarritos, Pepsi y la Coca-Cola de vidrio. A mi me da unos tacos de Avalos con un Titán de ponche porfa.
Imagine una charla con el General Alberto Carrera Torres con cuera y todo, que mediante la inteligencia artificial le resolviera todas las inquietudes. Ya ve usted cómo fueron de controvertidos los generales. Saber de su propia voz, donde compró la cuera. Sería como estar en el mismísimo municipio de Bustamante.
Sería lindo caminar en el museo del recuerdo por avenidas iluminadas por lámparas de queroceno, y de pronto escuchar el canto del sereno anunciando la hora. Acudir a un bar donde afuera prevalece el poste donde se amarra el caballo. El cantinero se sabrá de memoria la historia completa de cada citadino.
Imagine entrar al museo y que le pregunten, ¿qué desea?, y usted contesta: «Quiero hablar con el Presidente Emilio Portes Gil», Ah, el de Libramiento, «ándele, ese mero». Antes de ahí deberá pasar por donde están todos los indigente que hicieron época y gloria callejera.
Del reboso en la espalda de una guapa mujer surge un niño que sería el padre de usted, en este viaje al pasado, en el caso de que por algún razón pudiese materializarse esta ficción. Aunque fuese un alarde de la imaginación, estaría chido.
En un viaje corto al reciente pasado usted vería llegar a los teléfonos móviles acaparando con éxito los minutos valiosos de los victorenses, así como los cómodos rincones de los muebles. La llegada de los memes con los hijos del sol y la luna, los héroes voladores que se lanzan al vacío y resultan ilesos, la tortuga gigante paseando por el libramiento Naciones Unidas, la enorme fila de cuando se inauguró el Starbucks, la invasión de las cadenas comerciales, el emprendimiento global de Doña Tota, la presencia de los inexorables chinos caminando por la calle Hidalgo, el sorpresivo encuentro con un YouTuber por el Libre 17.
Cabe aclarar que el dichoso museo existe en Ia memoria de la ciudadanía local. Sólo habría que desempolvar los vidrios de los cuadros que cuelgan de las paredes, buscar a los héroes o mandarles un mensaje de texto, preguntar a la inteligencia artificial que si esto y lo otro. Y aún cuando comprendo que el sueño es imposible, no cuesta nada imaginarlo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA