Es diciembre. Las carreteras y calles de la ciudad repentinamente se llenan de coches y camionetas con placas foráneas, texanas o de Carolina del norte; parientes y paisanos sombrerudos, con acento pocho y niños hablando en inglés.
Es el tiempo de visitar a los viejos. Es tiempo de volver a casa. Dar vuelta en la esquina y entrar a tu barrio es siempre una experiencia que te acelera el corazón. Nos invade esa sensación de que, de repente, alguien nos va a reconocer, y nos dirá “¡Oye! ¿cuánto tiempo sin vernos?”
Es pasar por la tiendita de a media cuadra, y, si tienes suerte, ver todavía al señor que te vendía la leche en envases de vidrio, el medio queso partido a la mitad (siempre confiando que su sentido de la simetría fuera justo) ¿y por qué no? a la doñita que nos vendía los ‘billetitos’ o las estampitas para llenar el álbum o la planilla, que pasaba de color blanco a brillantes tonos de las máscaras de los héroes de la lucha libre como El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, Rayo de Jalisco, El Matemático, Super Ratón, Super Muñeco y tantos y tantos más.
Esos últimos pasos antes de llegar a la casa de tus padres, ese lugar donde parece que el tiempo se detuvo. Ya sea en alguna colonia, o ‘Infonavit’ o en la zona centro de la ciudad. No importa si es una vecindad o un condominio o una casota con mucho patio: todos conocemos esa emoción de ver ese pasillo lleno de plantitas que han sido coleccionadas cuidadosamente.
O que tal ese rincón donde aún reposan todos esos fierros o cachivaches que guardaba celosamente tu papá bajo el mandato de “No me tiren nada, ¡todo lo que tengo ahí sirve y lo voy a ocupar!” …Y se siente la presencia de los viejitos, las abuelas y de quienes se nos adelantaron en el camino.
Para quienes aún contamos la bendición de tener a nuestros padres, volver a casa es como entrar al cielo. Esa frase tan dulce y amorosa de “M’ijo ¿ya comiste? ¿te hago un huevito?” o la de tu padre que siempre tiene preparada una lista de tareas para ti, y que debes cumplir al pie de la letra cuando los visitas como: cambiar un foco, bañar al perro, podar un árbol o ir ‘al centro’ y traer alguna cosa de la ferretería o la papelería.
¡Y eres feliz! porque te puedes dejar caer en calidad de bulto al sofá de la sala mientras escuchas en la radio los mismos anuncios y la cortinilla musical navideña de cierta estación de radio.
Y qué decir cuando hay que traer las tortillas y dices las palabras que nunca dirías de niño: “¡yo voy!” y aprovechas para pasar frente a la casa de aquella niña o joven que te movía el tapete cuando tenías 14 años ¿Con quién se habrá casado? ¿Dónde vivirá? ¿Se acordará aún de mí? y lo único que te saca de tu sueño despierto, es el ladrido del ‘tatara tatara nieto’ del perro que te mordió en la nalga hace como 25 o 30 años. Luego volteas a ver alrededor y te das cuenta que ya no hay solares baldíos, ¡todo está lleno de casas!, incluso ese terreno donde te echabas ‘la cascarita’, o jugabas al trompo, a las canicas, al 18 o te ponías a volar papalotes, o incluso te juntabas de noche con los amigos a contar ‘cuentitos de miedo’ ¡Uuuuy!
Es buscar, y no encontrar los cines a los que ibas de niño para ver una película de Capulina o de Pedrito Fernández en el matiné, o una de acción o de miedo mientras intentabas abrazar a la chica que te animaste a invitar luego de pensarlo durante meses (y mientras tanto ahorrabas para el boleto e invitarla a cenar).
Y qué decir cuando ves que una de las calles sigue sin pavimentar y todavía se hace un lodazal, o que algún mentecato cortó mezquite en que colgabas un columpio o el almendro bajo del cual te ponías a partir almendras para sacarle el ‘coquito’ …ese árbol ya no está, y eso te duele.
Volver a casa, volver al barrio, volver a la ciudad o al rancho, es un viaje al pasado, un vistazo al lugar donde alguna vez fuiste feliz bebiendo agua de la llave y brincaste en los charcos esperando que no te salieran ‘sabayones’. Es volver a ser niño, …es volver a vivir.
Diciembre nos vuelve a poner frente caras conocidas y cálidos abrazos, y al mismo tiempo, silencios que duelen por la ausencia de ese ‘don’ o esa ‘doñita’ que ya no está ahí, metida en la cocina preparando tu comida favorita, el viejón buscando en una caja de herramientas el “rach” que perdió en 1999.
Diciembre nos reúne con los que quedan y nos recuerda que nada es eterno. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA