En el principio es un dibujo en la bruma, es una extraña coincidencia con los dedos que la pulsan. Sucedo mientras otras cosas suceden. Me seduce lo que seduzco y no me retracto de haber llegado hasta el momento limítrofe en el que se puede dudar de uno mismo.
Acontezco sobre esta hoja. Soy profundamente palabra. Comparezco a los ojos y oídos, a la multitud de ojillos. El espectáculo asombra apenas iniciado el intento de la sombra desparramada por accidente sobre la mesa.
En este entonces la superficie lisa desliza la pluma. En una cifra de palabras la figura va surgiendo del humo. No es nada dicen algunos, parece una herida, es un chavo corriendo, un águila descalza, es la imaginación agotada que viene celebrando un idea lejana.
Esto ocurre en lo que alguien come un cacahuate y en las cáscaras de una mañana del 25 de diciembre; en la paz de un sueño profundo donde caben quienes no han dormido, ocurre mientras doy fe de que existo. Esta es mi historia perdida entre miles de historias anónimas del mundo en cuyo timón estoy al mando.
En el evento que jamás se olvida, la orilla es un principio. Una recurrencia. Soy profundamente frase derramada en la tinta china. Voy escapando y quiero llegar. La distancia mueve la diferencia de estar y no estar, no está lejos una letra de una biblioteca, ni la primera palabra está lejos de la última sonrisa. En medio de todo esto sin embargo hay un océano.
Las teclas tienen imán, una extraña seducción vegetal. Soy quien entra por las bardas que puede decir algo de las hojas de un libro. Y ocurren hechos, mitos, realidades, intentos en el aire sin aviones en un simulacro de vuelo, todo existe cuando queda escrito.
Nada serio si al salir veo los mismos objetos por si dije algo. Me pregunto si no he enloquecido. El momento es profético y se ignora los porqué hay miles de palabras y sin embargo no alcanzan la velocidad del sonido de un ferrocarril en marcha.
Sobre la hoja olorosa a madera seca, a pedazo de árbol virtual, hay lugares que se vuelven algo. La sabiduría cargada de conciencia camina con cautela. El destino es uno solo aún cuando parecen muchos, uno observa el vaivén de las personas, esos a quienes llamamos «otros» sabiendo que somos uno de ellos.
Es tan superficial el suelo, corriendo, dejando que las palabras solas se escriban, llego a donde no dije. Estoy ahí donde siempre. Aquí y allá donde logren leerme podrán adivinar mis gestos y pronunciar mi nombre.
La pared es un agujero, el viento quedó atrapado, es un centenar de pájaros, son parvadas de párpados. Si miras te conviertes en parábola, bola de cristal, alijador de un puerto en el barco infinito.
Es una forma de creer si quiero visitar la octava torre, la oscura cicatriz de la misma imaginación. Son dos caras destrozadas de la luna con muchas escaleras para quienes quieren bajar.
Uno baja la mano y aplaca el silencio que va cayendo en el llano en blanco. Dejo que se tranquilice un poco. Escribo punibles escrituras, reductos, fragmentos húmedos, retahílas de voces neuróticas. Con valentía a veces imprudente, acelero en la curva como adolescente del tercer semestre con fuerza desmedida y carácter invencible.
La niebla profunda avanza y se esparce sobre la ciudad y se disciplina ante la claridad, puedo ayudar a levantarme, y busco en alguna parte del bolsillo mi nombre propio, mi caleidoscopio y otro cacahuate.
Mojo la tinta y existimos. El largo de la calle lleva todavía personas. Es un malecón de solares construidos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA