TAMAULIPAS, MÉXICO.- Eran apenas las 7:30 de la mañana, recuerda que el teléfono de su casa sonó de manera insistente ese día, al levantar el auricular reconoció la voz del otro lado de la línea, que sin titubeos le dijo:
“Don Manuel necesito verlo de inmediato, es un asunto delicado, insistió la voz masculina, se trata de la Quina”
Era el Ing. Américo Villarreal Guerra Gobernador del Estado, quien citaba a su Coordinador de Comunicación Social, hombre de todas sus confianzas en casa de gobierno. Un profundo silencio se apoderó de la línea, silencio que Manuel Cristóbal Montiel Govea rompió con una sola palabra, e inmediatamente se dispuso a acudir a su llamado.
Ese 10 de enero de 1989 mientras se apresuraba a salir, recordó su primer encuentro con el Ingeniero Américo, quien era entonces Senador de la República.
A punto de cumplir hoy 84 años de edad, los ojos del viejo lobo aún brillan recordando los días en que su voz era escuchada con atención y sus recomendaciones, valían su peso en oro. La experiencia de los años vividos, en San Luís Potosí, en el Estado de México, Chiapas, Distrito Federal, e Italia, le habían dejado un cúmulo de experiencias que muy pronto conocerían, todos aquellos que se atrevían a preguntar
¿Quién era aquel desconocido, que hacía las funciones de jefe de Prensa del Candidato Américo Villarreal Guerra?
Recordó entonces las palabras que el Senador le dijo cuando éste le peguntó, porque lo había elegido precisamente a él, si hacía años que no pisaba Tamaulipas.
La respuesta del Ingeniero fue honesta: “Por su experiencia y porque usted no tiene compromiso con nadie y de ahora en adelante, sólo lo tendrá conmigo”.
Esta afirmación le devolvió el aliento, que en esos momentos necesitaba más que nunca. El viejo lobo había aprendido a oler el peligro… sabía que algo grande estaba sucedido.
Sentado en su amplio escritorio Don Manuel repasaba los acontecimientos del día. Todo había sucedido tan rápido, como acostumbraban a hacerse las cosas desde la Secretaría de Gobernación, con extremo sigilo…
¿Qué sucedió realmente aquel día? A la pregunta expresa, Manuel Montiel responde sin titubeos:
“A la Quina le ganó la soberbia, creyó tener más poder que el Estado, en una época donde las decisiones del Presidente eran incuestionables, se enfrentó con enemigos muy poderosos, lo que le costó casi la vida. A nosotros nos tocó de lleno enfrentar el vendaval”
Los que aún dudaban de la capacidad de Jefe de Comunicación Social, aprendieron ese día y los subsiguientes, cómo trabajaba el viejo. Considerada la oficina del cuarto poder, Don Manuel ejercía su labor con “mano izquierda” como él mismo lo describe, gozaba de la amistad y el respeto de los principales editores y dueños de los medios en Tamaulipas como La Familia Deandar, los Azcárraga, los Villarreal Caballero, la Familia Carretero y los Manzur en Tampico, entre otros.
Ese respeto lo había ganado con los años, y con los muchos “golpes que se dio de frente” como él mismo lo detalla. Desde niño soñó con ser “periodiquero”. Don Manuel nació un 9 de mayo de 1932 en la entonces Villa de González, en el seno de una familia de clase media y con 11 hermanos, aunque algunos de ellos murieron al poco tiempo de nacer otros como Edgardo, el hermano incómodo pero necesario, (y ríe de satisfacción al decir estas palabras) lo acompañaron toda su vida.
Por razones que sólo su padre conoce se trasladaron a la ciudad de Tampico, dónde ingresó al jardín de niños “Lauro Aguirre” pero fue en Mante, en la Escuela Primaria “Ignacio Manuel Altamirano” cuando dio muestras de su inclinación por el periodismo.
Contaba mi madre que en mis cuadernos, invariablemente dibujaba pequeñas ambulancias, me inclinaba ya por las notas policiacas, señala haciendo hincapié: “En las escuelas de antaño, nos enseñaban a respetar las instituciones, a tener valores y cumplir la palabra empeñada. Los hombres y mujeres de antes, éramos fuertes, como se dice en el campo: no necesitábamos guajes para nadar”
El amante del cine nacional, ferviente admirador de María Felix y Libertad Lamarque, sabía apreciar la buena música de Ernesto Cortázar y Manuel Esperón, así como las inigualables voces de Ramón Armengod, Jorge Negrete, Javier Solís y Pedro Infante.
Esa mañana camino a casa de gobierno, vinieron a su mente viejos tiempos.
Lejos muy lejos habían quedado los recuerdos de aquella trágica noche en el Poblado de Río Verde, San Luís Potosí, cuando casi pierde la vida a manos de los esbirros del cacique Gonzalo N. Santos, a quien se había echado de enemigo, por el simple hecho de exhibir sus abusos en el poder. Con un disparo en el cuerpo y creyéndolo muerto, los matones a sueldo tiraron su cuerpo frente a la estación repetidora de la XEW.
Fue su amigo, el entonces Director del Tribuna de San Luís Potosí, Ing. César Moreno Zaragoza, quien le tendió la mano ofreciéndole unos “centavos” para que escapara a la Ciudad de México.
“Regresé a la capital del país como un paria, y el mérito de Don Federico Barrera Fuentes Director del Tabloide ABC fue abrirme las puertas de su despacho aún sin conocerme. Y digo que fue un mérito, porque son pocas las personas que realizan acciones de esta naturaleza, cuando uno es apestado”
Y destaca: en 1963 me tocó cubrir parte de la Campaña a la Presidencia de la República de Gustavo Díaz Ordaz, un hombre desde mi punto de vista inteligente y honrado, con una disciplina extrema pero al que su carácter le granjeó muchos enemigos. Era totalmente impopular, poco dado a escuchar las opiniones de sus colaboradores y a hacer lo que él creía que era bueno para el país, fue en esta época cuando reviví como periodista.
Tiempo más tarde el Presidente de la República, pidió a sus amigos editores “que ya no consumieran tanto papel”. El ABC cerró sus puertas y yo me vi en la necesidad de pasar a “El Periódico” propiedad de Jesús Michel. Hasta coraje me daba trabajar en este semanario, pero no había de otra.
Para poder comer algo decente, -señala- tenía que trabajar doble turno: de día como corrector de pruebas, actividad por la que me pagaban $17.50 pesos y como reportero de guardia por la noches, lo que hacían un total de $60.00 diarios.
“Era 1967 y Don Roberto Ramírez Cárdenas director y dueño del periódico La Prensa de la Ciudad de México, me había dado esta oportunidad que nadie quería, pero que en la situación en que yo me encontraba no podía despreciar. Me había prometido a mí mismo no volver a pasar hambre”.
Piel de Cordero…
En esos días yo era muy “mocho” lo que significa que era muy apegado a la doctrina de la Iglesia Católica, me había leído entera la Encíclica Madre y Maestra publicada el 15 de mayo de 1961 por el Papa Juan XXIII que abordaba temas del desarrollo social y económico de los pueblos entre otros muchos temas, por lo que me gane el aprecio del entonces obispo primado de México.
En 1968 fui de los pocos periodistas que acercaron a la Basílica de Guadalupe, a escuchar la versión de Iglesia en torno a la Noche de Tlatelolco. Había visto padecer a muchos colegas y amigos del gremio periodístico en esos días y estaba decidido mantenerme alejado, no deseaba pasar otro sexenio en el exilio.
Y prosigue: a mí me gustaba leer y siempre iba bien preparado a las entrevistas. Así conocí a Augusto Gómez Villanueva, líder de la CNC (Confederación Nacional Campesina) a quien le aconsejé durante sus giras sobre varios aspectos importantes del campo. Ese gesto lo valoró mucho el que pronto sería el Jefe del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización en el período del Presidente Luís Echeverría Álvarez.
“Pese a tener un notable perfil académico, Gómez Villanueva sabía escuchar y pronto me convertí en su inseparable jefe de prensa. Con él recorrí gran parte del territorio nacional, y de ahí para el real, no volví a conocer el hambre”
Siendo Secretario de la Reforma Agraria, Augusto enfrentó varios problemas con diferentes grupos de poder en México, como lo describe en su libro Jesús Blanco Ornelas “Crónica de una Infamia” en el que según la versión del propio escritor, la piel del cordero que portaba Manuel Montiel, albergaba en realidad a un astuto lobo.
Antes de continuar su relato, Don Manuel hace una leve pausa, inhala profundo como queriendo aspirar los aires que lo llevaron con Augusto Gómez Villanueva a la capital de Italia, Roma. Al ser nombrado Embajador, su jefe y entrañable amigo lo invitó a ocupar el cargo de Tercer Secretario, un puesto nada despreciable que sólo desempeñó durante 8 meses, durante el cual conoció a su amiga Valentina Alazraki a quien admira profundamente.
“Recién había contraído nupcias con mi esposa Lupita y estaba por nacer el segundo de mis hijos. Los hijos de mi primer matrimonio, eran entonces unos adolescentes, la edad cuando más lo necesitan a uno. Además, en Italia no preparan los chilaquiles como en México” y ríe a carcajadas…
Lo bueno de vivir en una ciudad tan pequeña como Victoria, es que las distancias son muy cortas. La Suburban que ese 10 de enero de 1989 lo trasladaba a Casa de Gobierno, parecía devorarse el pavimento, tan rápido, que los pensamientos del viejo lobo tuvieron que acelerar la marcha.
Manuel Montiel Govea, estaba acostumbrado a manejar las crisis mejor que nadie, era experto en la materia. Lo mismo había sucedido años atrás, cuando acusaron al Secretario de la Reforma Agraria, Augusto Gómez Villanueva ya presidenciable, de haber planeado junto a otros Secretarios Federales la caída del Gobernador de Sonora Carlos Armando Biebrich Torres, el joven delfín del entonces Presidente de la República Echeverría Álvarez. De ese tamaño era su experiencia.
Esa mañana como en ese entonces, el viejo supo que para hacer frente al vendaval que había desatado Joaquín Hernández Galicia, líder de los Petroleros en el País, tenía que echar mano de toda su astucia. Había que moverse rápido y con extrema precisión, el Gobernador del Estado Américo Villarreal Guerra era ajeno a todas las decisiones, y su trabajo debía ser como siempre, hacer frente a la tormenta.
Recuerda como si fuera ayer que sus primeros pensamientos, antes de entrar a la casa fueron: “Esta nota no la detiene nadie”
E insistió: “La política hoy como antaño, requiere mucho pulso”, así que ese día se hicieron la llamadas necesarias, y el Gobernador Américo Villarreal Guerra, mi entrañable amigo, el hombre que me había brindado toda su confianza, el eterno caballero, el Ingeniero al que aún no se le ha hecho justicia, quedó ileso en aquel huracán de noticias”.
Por. Judás Mirafuentes