Estoy claro que alrededor van miles de historias que puedo tocar con la mano, que pueden y suelen tocar mi cuerpo y mis emociones más corrientes. Camino despacio, es lo mismo si voy recio, el tiempo no se detiene ni se se termina. Si corro no escapo, estoy atrapado en mis cinco sentidos y nada sirve cerrar los ojos, apresurar el paso para dejar de escuchar. Tengo que acomodar el cuerpo en la botella que despacio vacía los granos de arena hacia abajo.
Es un espacio del tamaño del número que calzo, como mis zapatos, van conmigo a todas partes, los llevo más que los traigo. Bajo mis pies está la ciudad. Con los pies hago rodar el mundo mientras la ciudad crece y me envuelve.
Paso por las puertas y de adentro salen huyendo las palabras y a veces las mismas personas lo ignoran, tampoco las vieron cantar, irse para no volver o simplemente quedar en la nostalgia de una banca solitaria.
Por aquí pasó el 2024 con los hechos contundentes, inició la guerra de guerrillas en el vecindario, la pareja de amigos se dieron un beso en la recóndita banca abajo de aquel árbol.
Aquí en la plaza a donde suelo llegar es el mundo. Acuden personas solitarias a buscar palabras, ojos que las vean, vienen llagando por parejas disparejas nunca iguales, en bola los chavos le gritan a sus escasos años, quieren darse prisa e ir a todas parte y sólo estarán unos minutos como todos nosotros.
Aquí entrega la mercadería de la red, quien compra y quien vende aquí se ven. Una señora comienza a barrer empujando un gran tanque de 200 litros que alguna vez contuvo aceite. Un señor vende cigarros sueltos en una tabla, vecinos y turistas se toman fotos donde salga el Everest.
En un extremo un dedo rasca la comezón inoportuna, encajada ahora como una espina benévola, se tuerce por dentro de la espuma que es una esfera, me inmoviliza y me espera.
Mi conciencia lleva libres la manos para simular alas por fuera, por dentro soy el mismo que masca un chicle, que resuelve el trajinar continuo de los hijos de la carretera. El camino es el mismo, pero nosotros desconfiamos de las piedras.
Ignoro en qué momento empezó este constante comienzo, porque de saberlo empezaría de nuevo, cada paso que doy va a donde mismo al 2025 y vuelve como un balón que retacha en un paisaje de madera.
Alguien deja que hable, que pronuncie la palabra correcta, otros prefieren verme callar y callan a su manera. Me han visto y muevo las aletas, nado ahora en los pastos mojados de mi silueta.
Hay un solo árbol, una casa es cualquiera, un carro, un impulsor de garabatos para una sola letra.
En las plazas todos van a pasear los huesos de sus tardes, las marañas, las pringas emotivas, los cantos pardos de las aves. No sólo la soledad sabe, juntos los pies saben que se tienen que recorrer de un lado a otro, que hay que pisar un suelo ajeno, que de pronto no hay suelo, nos sé que piensen, oscurece.
Los pies cruzan los dedos en los sueños que perdieron, el puente laboral largo desdoblado en pequeñas porciones de hielo. Denle una pelota a los años, vuélvanlo seductor más que tropiezo.
Los pies enlazan las calles, son los dueños y los ladrones, los legítimos dignatarios. Desde ahí el sol tiraniza al tiempo que pasa por su cuerpo.
Si pudieran, las plantas de los pies volverían a sembrarse y serían un árbol por ejemplo, ¿por qué no?, otros han sido ramas a rastras, pedazos de cielo, arrancadas, sujetas al pellejo.
Del regreso a los pies, vuelve la noche en milimétricos recuerdos del 2024, la ciudad se ha soltado hace rato de los dedos y en pleno desvelo rozan con inquietud una caricia rota entre todos, se dan valor para volver a pisarlas, en plena comezón del dedo gordo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA