Acá no quedan sino paredes de sillar, dos manos últimas que trataron de evitar el deterioro del tiempo, y dos que agarraron distinto camino. Tengo el último sueño de aquella casa sin dueño, la dura resistencia de la primera piedra pegada con lodo.
Un hombre, se ignora su nombre, queda de pronto en la noche. No es su casa, es la noche sin estrellas, es cabello liso cayendo, en un recurso de los ojos para no ver lo que suceda.
El hombre no ve más allá de las cortinas de sus rejillas, ni de sus dedos abiertos que lo atrapan, es desolación de la distancia cercana, y la distancia hay que ir por ella para cerciorarse de su existencia, medirla con una cinta métrica hasta estar seguro que se disipa. Es la noche plena y llana, es la noche plebe, noche poética y extraordinaria.
Nadie cree que de ese lado del lago de la noche haya otro lago. Simplemente el sonido es un quejido mudo del viento, una acontecer histórico del cerebro que se revienta, un silencio es ruido, la calma es bullicio para algunos.
Todos se han ido hace rato. Te quedaste y te dejaron al mismo tiempo. No preguntaste ni preguntaron, te has envuelto y te envolvieron en ese silencio.
Es ruido veloz que pasa el que no se oye en las afueras del pueblo, es un niño llorando adentro de una choza de llamas bajas que quema la hojarasca.
La vida no lo es todo, acaso un retículo endoplasmático mostrado a la cara, frente a frente estampada en la casa. Entonces escuchas las canciones adecuadas, comienzas a notar el reverso de las almohadas, el debajo de la cama, el envés de las persianas, los zapatos donde antes no los encontrabas.
Un hombre se ve solo así mismo sus ropas andrajosas, su cuerpo desnudo y esquelético, despareciendo lentamente, caminando a la tierra, hundiéndose en el lodo, recorriendo la sombra que lo lleva lejos y muy cerca al mismo tiempo.
No hay potro más allá de uno, de ese que busca. No son dos quienes hacen ruido afuera, son muchos y llaman a la puerta, preguntan por ti injustamente y callan al que eres. Una manifestación de oídos tras la puerta acecha las voces, te escucharon decir, hablando de todo el mundo.
En casa eres al que nunca salió el mono de la rosca en el video perturbador, no hubo gato atrás de las migajas, un hombre se vuelve mitológico e ilógico luego de aparecer en la lógica que nadie puede reconocer en cualquier caso. Hay sitios y situaciones en que nunca estuviste, estas ahora aquí y no te enteras.
La noche es un cirujano con sus cuchillas sin filo, cachetadas metálicas a la luz brillante y linda de la luna. La noche es el espanto dejado en el hielo hecho pedazos, regado carne adentro en el esqueleto, huesos de hollín, proceso de aprendizaje de los seres caídos.
La arena de la fiesta se llenó de calle, los techos son láminas que caen del cielo y vuelan como alas de pájaros nocturnos. Profanas solicitudes de miedo, de aquelarres, de gritos y llantos destartalados en los parques fríos.
Qué ganas de molerse esta vez debajo de las cosas, sobre un desparramado café que dibuja un rostro, un espejo blanco que retrata el cuerpo en un rayo de la tarde, cuando todo se va lejos y queda ese sopor ajeno sobre las bardas del pueblo.
Queda el sismo, el ligero temblor de labios, la roca fragmentada en el precipicio, la vocación del caído que duerme tranquilo sin pasar del agua, del suelo patrio, del cobijo inicuo del tiempo.
Queda la hilera, el hambre recogida, los vasos de agua derramados sobre las mesas, los capricornios en los muros estampados como estampitas, los relicarios en los brazos, entre nosotros todos queda en la gastada sombra de nosotros en las paredes por donde fuimos.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA