CIUDAD VICTORIA, TAM.- Oiga ¿y eso sale en el ‘feis’ de Expreso también? – Si jefe el domingo lo puede ver temprano. – No sea malito, póngale otro nombre, porque sino, luego no me la voy acabar con la raza y los jefes. Así empezó la conversación con ‘Mario’.
El hombre, ya en sus ‘cuarenta y tantos’ es un guardia de seguridad privada con más de 19 años de experiencia. Él, como muchos otros colegas suyos se enrolaron en esta chamba casi de último recurso. El hombre, bajo de estatura, muy moreno y con varios kilos de más, fue parte de las fuerzas armadas en su juventud. Cuando estalló el movimiento zapatista fue enviado a Chiapas a cumplir con la misión de contener al ejercito liderado por el sub comandante Marcos.
Lo que vivió en esa época fue, en sus palabras, decepcionante y aterrador. Mario nació en el estado de Oaxaca. De niño siempre simpatizó con la milicia. Con los años se enlistó en el ejército y llegó a ser cabo. Dos veces solicitó su ingreso al curso para obtener el grado de sargento.
En la primera ocasión no lo logró, pero en la segunda si: obtuvo el grado de Sargento Segundo de Materiales de Guerra. Todo parecía marchar sobre ruedas para Mario. Mario formó parte del 17º batallón de Infantería del ejército mexicano en Zamora, Michoacán. Sin embargo, fue en el fatídico año de 1994 cuando junto a otros batallones fueron enviados a sitiar el municipio de Ocosingo, Chiapas. La tristemente célebre masacre que sucedió entre el 2 y 4 de enero de ese año caló duro en su corazón y presentó su baja, la cual le concedieron hasta 2 años después.
Mario, ya en sus treintas, se empleó como policía municipal en varios municipios del Estado de México, sin embargo el terrible problema de corrupción al que se veía expuesto siempre terminaba por hartarle. Ya un tanto ‘maduro’ (como él dice) conoció a una joven tamaulipeca que radicaba en Ciudad Nezahualcóyotl y contrajo nupcias en Tampico. El puerto jaibo lo sedujo y decidió echar raíces en ese lugar.
Pero la tragedia tocó a su puerta varios años después: su joven esposa murió al momento de dar a luz a su único hijo. Viudo y sin trabajo, Mario trabajó en donde se pudiera. Un amigo lo animó a emplearse como guardia. Así fue como el hombre se puso el uniforme.
Al principio, según cuenta, se ponía las aburridas de su vida, pues casi siempre le tocaba cubrir ‘puntos’ en las afueras de Altamira, en bodegas, patios y rara vez en instalaciones industriales. En 2005 cuando una empresa del ramo le ofreció chamba en esta capital.
Él aceptó. Y así, Mario y su hijo y una nueva compañera de vida se trasladaron a Ciudad Victoria en 2006. Pero llegaría el complicado año de 2010 y el panorama se volvió negro. La inseguridad que la capital cueruda empezó a experimentar fue especialmente cruel con las personas que se dedicaban a la seguridad privada. “A mi me mandaron a cuidar un rancho que esta sobre en la carretera a Monterrey, estaba ’24 por 24’, pero una ocasión estaba yo de descanso y resultó que mi compañero desapareció, no encontramos ni un rastro de él y el rancho fue saqueado” platica desconsolado.
“Mi señora me rogaba que dejara este trabajo y que le buscara por otro lado, pero pues yo quería de mínimo llegar a los quince años de antigüedad para ser liquidado y que me dieran algo de billete, pero pues ya después se calmó un poco y decidí quedarme” confiesa el guardia.
“Nosotros no somos policías, solo somos ojos que observan y hacemos el llamado a las autoridades, tal vez la delincuencia insista en vernos como un bando contrario y es por eso que varios compañeros fueron ‘levantados’… este es un trabajo honesto, ojalá sus lectores lo comprendan” expresa el hombre.
A Mario le ha tocado lidiar con los clásicos ‘influyentes’ que se estacionan en lugares prohibidos frente a hospitales u oficinas, hasta los clásicos farderos que esconden desodorantes entre sus ropas en supertiendas. El lugar que menos le gusta ser enviado es a los hospitales, especialmente al área de urgencias. “Se siente refeo cuando ves ingresar a un conocido todo bañado en sangre o inconsciente” comenta el guardia. Mario es voceado y debe despedirse del Caminante.
Tal vez a muchas personas les parezca este un oficio trivial y sin importancia. Pero lo cierto y aunque poco se difunda es que los guardias de seguridad aparte de ganar sueldos muy bajos y trabajar jornadas extenuantes, son blanco de la inseguridad y muchos han caído en el cumplimiento de su labor. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA