Arribamos a una nueva etapa en el sexenio del gobernador Américo Villarreal Anaya.
Lo más importante para el gobernador, queda claro, es lo que viene: ya tiene en sus manos el control del Poder Legislativo, con una bancada mucho más cohesionada a su favor que la anterior, en la que sobrevivía la influencia de algunos alcaldes y ex alcaldes.
El golpe sobre la mesa que significan los ajustes radicales en el gabinete envía un mensaje claro a los ediles que todavía se perciban como poseedores de ínsulas políticas, en todas las regiones del estado.
Porque el gobernador tiene ahora en la mano todas las herramientas para afianzar la gobernanza, y los botones necesarios para activar procesos de fiscalización y hasta judiciales.
Mantiene control sobre la Auditoría Superior del Estado, la Unidad de Inteligencia Financiera y la Fiscalía Anticorrupción.
Este año además comienza el proceso para renovar la titularidad de la Fiscalía General de Justicia. Es decir, en Palacio de Gobierno tienen la posibilidad de mantener a Irving Barrios -si es que convence al gobernador de su lealtad- o buscarle un remplazo que entraría en funciones a finales del 2025.
No solo eso, la elección judicial que se celebrará en junio significa la renovación total del Poder Judicial de Tamaulipas, que durante el cabecismo y parte de este sexenio, significó un obstáculo en la lucha por llevar a prisión a los responsables de actos de corrupción en el sexenio pasado.
Lo que trasluce detrás de todo esto, es una ruta política hacia el 2028.
Desde hace meses, apenas concluido el proceso electoral del 2024, se desató en Tamaulipas una fiebre por la sucesión en la que lucen particularmente interesados los grupos que muestran más animadversión hacia el gobernador.
Pero no solo ellos. Todos los frentes del morenismo han empezado a mover sus cartas y por eso, la sacudida al gabinete estatal representa también una estrategia política.
Villarreal Anaya se va deshaciendo de quienes más que beneficio, representan un lastre para su proyecto.
Todo ello, se evidencia más si se observa a través del cristal de la política nacional.
La presidenta Claudia Sheinbaum libra sus propias batallas en el campo minado que representa la convivencia morenista.
Por lo pronto, ha dado pasos fundamentales para fortalecer su agenda y dejar de depender de otras figuras que parecen empeñadas en diezmar su autoridad, como en el caso concreto de Ricardo Monreal, y quizás más gravemente, Adán Augusto López.
Vale la pena recordar que el tabasqueño fue el más beligerante de sus opositores en la competencia interna por la candidatura presidencial, y dio amplias muestras de ello en Tamaulipas, donde Claudia encontró respaldo irrestricto -y muy temprano- del gobernador.
Por eso no sorprende que sean los representantes de Adán Augusto en la entidad, quienes muestran desde ahora una posición más hostil contra Américo Villarreal Anaya.
Todo este complejo circuito de relaciones, intereses y animadversiones, puede observarse tomando en cuenta el contexto nacional.
Claudia Sheinbaum Pardo, la presidenta más votada en la historia de la República, empieza a hacer efectivo su liderazgo político, mientras se afianza su relación fluida y de confianza con Américo Villarreal, quien al mismo tiempo, toma decisiones fundamentales para la gobernanza del estado.
Sin casualidades de por medio, el gobernador consolida su poder.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES