Quiero ver tus manos, gansos blancos en agonía leyendo en agua mis cartas, posando en los conceptos el secreto del sello en un sobre amarillo. Tendré cuidado con las palabras de interés social como las casas, palabras que habría que perdonar cuando salgan.
Este es el animal del que te hablo, mi burocracia de palabras sueltas sobre las fachadas de viejos diccionarios que no saben cómo hacer un enemigo. Lee esto conmigo en la intimidad, para tal vez decirme en silencio que todavía te pertenecen.
Más que palabras que no conozco quiero ver el despertar de tus ojos. Quiero ver la mar violenta mojarse en mi cuerpo, territorio de lumbre, ciudad de mi espalda solar y nevada en las risas doradas llenas de cicatrices.
Cuando quieras escucharme observa los aparadores. Confúndete entre la gente para que me oigas andar. Algo pasa que se trasmite antes de saltar las bardas. Un día sabemos que Dios existe, pero somos el coro del viento inconfundible, el aliento sagrado después de un largo beso cuando la tormenta comienza a borrar el horizonte donde estabas.
Más que los colores del día, quiero ver la revelación hermosa de tu sonrisa aplastando el estallido del viento. Quiero verte crecer en mi mirada hasta llegar despacio a tu rostro plagado de estrellas.
Imagino la ciudad, un par aves, dos mirtos de aceite, la calle misma volcada en su paraíso de coches. Desde aquí también te digo que hablo de los árboles, que junto a ti han crecido las hojas. Y la profecía en los criptogramas que invento es para mí un canto a tu existencia.
El capítulo es genuino cuando rebasa la imaginación y la intriga. Hay una clase de amor en esto de recibir cartas o enviarlas. ¿Qué se sentirá poder estar ahí donde alguien las lee?
La calle se ha hecho más calle. Adentro de su reclusorio tus cabellos que ondean la silueta sumergida en una banqueta son mi bandera. A unos pasos la esquina de dar vuelta se integra a las luces clandestinas de un tren de casas en el gran vecindario.
Tú eres mi forma de caminar, mi risa precoz, mi espacio interior, mi razón infinita. Mi profecía, mi religión, mi eslabón, mi éter, mi yo; y eres mi canción, el sonido del mar, eres mi patria, mi tierra, mi mano, mi tuétano enamorado de los huesos.
Más que una dulce melodía quiero tu indómita existencia, tu terracota, tu lumen, tu filosofía. Porque te elijo para pensar al subir un escaño. Porque el trabajo es la casa donde te guardo. Porque te pienso sin que lo haya programado en la invencible cotidianeidad del viaje.
A esta hora quería ser yo quien lo dijera. Estamos solos. Nadie nos mira por dentro. La casa es este enorme silencio, la calle lleva y trae tu nombre en el remitente de la noche y no es que no se escuche, es que nadie lo oye.
Como verás, en la conversación hay palabras con el don de personajes implacables. En cada esquina el rey acecha a su pueblo, no he podido evitarlo, como yo no creas todo lo que lees y duda del resto y de lo que se escribe de corrido.
Tú eres para mí el sonido de la lluvia cayendo. De pronto eres el vapor que nutre la calle de niebla, el copo en el techo, mi pequeña nube. En silencio cantas este silencio para que sólo tú lo recuerdes. Yo también escribí este silencio, colócate de este lado para que lo huelas.
Un invierno pintado ha surgido después de la lluvia. Un vuelo de palomas se llevó las nubes y antes de las nieves de enero todavía quedan algunas sonrisas. Te quiero en mi formula que brilla. En la consideración del somos y consolidación el ser hay palabras que deben sufrir la ocasión de decirse, ¡perdónalas señor porque no saben lo que dicen!
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA