Un músico compositor sabe lo que comúnmente se llama la voz de la Musa es, en realidad, el dictado del sonido; que no es el sonido su instrumento, sino él el medio utilizado por el sonido para manifestarse, No obstante, por mucho que pueda pensarse en el (muy adecuadamente, por cierto) como una especie de ser vivo, el sonido no es capaz de elecciones éticas.
Una persona se pone a componer música por diversas razones: para ganarse el corazón del ser amado; para expresar su actitud ante la realidad circundante; para reflejar su estado de animo en un determinado momento; para dejar- tal es al menos su intención- alguna huella en este mundo. Lo mas probable es que recurra a esta manera de manifestarse (a través del sonido) por razones inconscientemente miméticas: el negro y vertical coagulo de la notación musical en el papel pautado le debe recordar su propia situación en el mundo, el equilibrio entre el espacio y su cuerpo. Pero al margen del mayor o menor efecto que produzca en sus oyentes lo surgido de su lápiz, la consecuencia inmediata de esta empresa es la sensación de entrar en contacto directo con el sonido, o, más exactamente, la sensación de quedar sometido a una inmediata dependencia respecto del sonido, a todo lo que con el se ha expresado, escrito y conseguido.
Tal dependencia es absoluta, despótica, pero también liberadora. Pues, aun siempre de más antigüedad que el compositor, el sonido sigue poseyendo la colosal energía centrifuga conferida por todo el tiempo que tiene por delante. Y este potencial temporal no solo queda determinado cuantitativamente por el tamaño del campo geográfico en ele que el sonido en potencia queda plasmando en el papel pautado sino por la calidad de la música que se escriba en ese papel pautado.
El compositor es el medio de supervivencia de la música. Uno, que compone música, dejara de existir; y también quien la escucha. Pero la notación musical que simboliza la música ha de permanecer; no solo porque durara mas que la persona que la escribió, sino también por la mutación que el fenómeno musical va manifestando con el paso del tiempo.
Sin embargo, quien compone una pieza musical, no lo hace porque pretenda alcanzar la fama en la posteridad, aunque suela albergar la esperanza de que su obra le sobreviva, al menos durante un tiempo. Quien compone una pieza musical lo hace porque el sonido lo inspira a ello, sino es incluso que el sonido le va dictando sonido por sonido.
Por lo general, al empezar una pieza, uno no sabe que curso va tomar, y muchas veces uno mismo es el primer sorprendido, pues a menudo el resultado es mejor de lo esperado, a menudo el pensamiento lo lleva a uno mas lejos de lo que creía. Y ese es el momento en que el sonido se yergue como futuro, invade el presente.
Existen, como sabemos, tres modos de conocimiento: el modo analítico, el modo intuitivo y el modo de los profetas bíblicos, la revelación. Los tres, en efecto, se dan en el fenómeno sonoro; y hay ocasiones en que, mediante un simple sonido, una simple progresión melódica o armónica, el compositor se ve llevado allí donde no ha estado nadie antes que él, quizás incluso mas lejos de lo que el mismo deseaba.
Quien compone una obra musical lo hace, sobre todo, porque el plasmar esos sonidos en el papel pautado, es un extraordinario acelerador de la conciencia, del pensamiento, de la comprensión de universo. Una vez experimentada tal aceleración, ya no se puede renunciar a repetir la experiencia; establecemos una dependencia total con este proceso, al igual que otros con las drogas o con el alcohol. A quien establece esta especie de dependencia con el sonido es, supongo, a quien llamaremos compositor musical.
*a partir de un texto de Joseph Brodsky
SergioIsmaelCardenasTAmez; Ciudad de Mexico; el 16 de mayo de 2019
Por Sergio Cárdenas