20 marzo, 2025

20 marzo, 2025

Blues para antes y después de la guerra 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

Temerario, pero no de los del grupo musical sino de los que se atreven a abrir puertas o forzarlas, luchador sin contrincante, soldado de un ejército guerrillero, indomable hasta el final a donde tope. Rey de los indigentes e indigente de los próceres más sencillos de un barrio vicario y maloliente. 

Conoce la sensación del dolor y arrastra la señal de un machete sin selva lacandona. Antes de la guerra camina con descaro y desparpajo por donde no hay camino, ni ciudad cercana, ni nada, la casa es él, y su cuerpo es lo único que queda como antes y después de la guerra.

En un día nublado afuera de su casa hay un taxi que lo lleva al aeropuerto con rumbo desconocido, dicen que a Nueva York, ni el mismo sabe. Nadie se atrevería a preguntar esto inmerso en el sueño.

Lava los vidrios de sus lentes que se hicieron más fuertes aunque más lentos y resistentes después la guerra. En la paz, no se ha sacado la lotería, vive así como una rueda sobre rueda y los frutos se le alinearon con las estrellas.

Dirige sus pasos a donde la vida contradice todos los protocolos, vuelve a la Edad Media en un día feriado y guarda la luz, las migas, los días con su rebaño de mármol derretido. Y esa es la fortaleza, su ironía única, la puesta a tiempo de un reloj descompuesto en la juguetería.

Luego de la guerra, el aire le hace lo que a Juárez cuando iba a Chihuahua a un baile. Hombres como él, de la última generación conocida, han salido del monte, de extrañas regiones y nadie los conoció antes sin sombrero.

En lo más secreto de sí, sin que a veces lo sepa bajo las lluvias y los vientos,  cruza las llagas y las lágrimas con un poco de hambre con sal de una hamburguesa. En el cuento apócrifo de la sonrisa entró el mundo y lo dejó salir.

Todavía dobla una varilla de acero indomable, con los dientes abre una caguama, bebe agua del chorro de la llave, con dos dedos dobla una ficha, usa la navaja que dice fue del abuelo aunque no sea cierto, simula ir sonriente aún en la negrura de la tristeza, cae y se levanta y no celebra cumpleaños, no conoce una canción de cuna ni sabe lo que es un pastel, ni un regalo navideño, ni un sueño. 

El sol en su piel, seca sus secretos, quema sus recuerdos aventureros y locos que se van volviendo heroicos. Ahora el ser es un resplandor y tal vez olvidó su nombre, la tierra fue redonda, mas ahora siente desconfianza, el hombre tampoco fue a la luna en los 60s. Y eso defiende. 

Indomable, el guerrero de una batalla olvidada y descuidada nunca ocupa un instructivo para irse lejos de aquí o al abismo antiguo y sin embargo se detiene en el silencio con su luz y su nada. Con su pico y pala. 

No ha querido hacerse acompañar a sus lugares favoritos, sabe que ahí no existe nada de lo que él un día fue. Sin la Joroba de dramaturgo, sin las banderillas de Lope de Vega vuelve a encender y ser otro, como el cerillo luego de varios siglos. 

Ahora en sus ojos hay un raro fulgor de mariposas que un día eran ráfagas de rocío, ahora hay algo de papas solitarias en la fogata y la figura se encorva, se apiada del hombre que comía vidrios con tortilla, comía huecos de aire y besaba sirenas en alta mar y nadie le creía con dos copas, sin mochila, sin la voz del volcán de un posible paraíso. 

El hombre es incipiente, desarraigado parecido a un crisantemo, de viejo tiende a bajar la cabeza para observar el suelo que ha olvidado, profundiza gradualmente en Ia distancia borrosa, calcula la posible caída al suelo en cualquier momento. 

No llegará jamás a donde va, lo sabe y se lo han dicho en la misma cara de la moneda. Tampoco ganará la lotería. Corre y nadie le alcanza, tal vez porque nadie le persigue, corre como niño, por instinto… y eso lo mantiene vivo.

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

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