El hallazgo de hornos crematorios clandestinos en Jalisco es una de las revelaciones más macabras en la crisis de violencia que atraviesa México. Un país que se ha acostumbrado a las fosas clandestinas, a los desaparecidos y al luto interminable de miles de familias, ahora enfrenta la horrorosa realidad de cuerpos calcinados para borrar todo rastro de su existencia. Es un escándalo de proporciones internacionales, una marca imborrable de impunidad y descomposición institucional.
México se está convirtiendo en la fosa clandestina del mundo. Las cifras oficiales de desaparecidos superan las 100 mil personas, pero las organizaciones civiles aseguran que el número real es mucho mayor. Los hornos clandestinos no son un hallazgo aislado, son el reflejo de una guerra no declarada donde las víctimas no tienen nombre ni justicia. Son la prueba de un Estado ausente, incapaz de garantizar el derecho más básico de sus ciudadanos: la vida.
Este descubrimiento evoca los episodios más oscuros de la historia humana. No podemos ignorar las similitudes con las dictaduras militares en América Latina o los conflictos étnicos, donde la desaparición forzada se convirtió en política de terror. En México, la maquinaria de la muerte no es obra de un régimen totalitario, sino de la colusión entre crimen organizado y autoridades corruptas que han permitido este horror.
Lo más alarmante es el silencio de quienes deberían responder. ¿Dónde está el Estado? ¿Dónde está el gobierno federal que prometió atender la crisis de desapariciones? ¿Dónde están las fiscalías estatales, los congresos, las comisiones de derechos humanos? En lugar de una respuesta contundente, vemos evasivas, discursos vacíos y promesas recicladas que no detienen la masacre.
¿Nos hemos vuelto cómplices del silencio? ¿Acaso nos hemos acostumbrado tanto al horror que ya no nos inmutamos ante el dolor de nuestros propios hermanos? La indiferencia social alimenta la impunidad y cada día que guardamos silencio fortalecemos el poder de quienes buscan borrar toda huella de sus crímenes.
La violencia en México no es sólo una estadística de homicidios y desapariciones, es una crisis humanitaria que exige reconocimiento y acción urgente. El hallazgo de estos hornos clandestinos no sólo debería ser un escándalo mediático momentáneo, sino un punto de quiebre para que la sociedad exija justicia. No podemos normalizar que el crimen organizado tenga infraestructura de exterminio mientras el Estado permanece inmóvil.
Las familias de las víctimas han gritado su dolor durante años, buscando a sus desaparecidos con sus manos. Ahora, con la evidencia de que muchos fueron calcinados hasta la inexistencia, nos enfrentamos a la brutalidad de un sistema que permite la desaparición, la tortura y la eliminación total de seres humanos sin que haya consecuencias.
POR JORGE CAMARGO