MÉXICO.- Desde que sus velas blancas se desplegaron por primera vez en el Atlántico en 1982, el Buque Escuela Cuauhtémoc no ha dejado de surcar los mares con elegancia, disciplina y espíritu. Construido en los astilleros de Bilbao, España, y entregado a México el 29 de julio de ese mismo año, este bergantín-barca se convirtió en un emblema viviente de la formación naval mexicana.
Más de 70 naciones lo han recibido con honores, y decenas de miles de personas han pisado su cubierta durante visitas diplomáticas o festivales marítimos. Pero su función va mucho más allá de la representación internacional: el Cuauhtémoc es una escuela flotante, el espacio donde los cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar se forman en cuerpo, mente y espíritu.
Navegar es resistir
Durante sus travesías, los jóvenes marinos aprenden a dominar el viento, leer las estrellas y enfrentar las adversidades del océano. Pero también aprenden a conocerse a sí mismos. “A los diez días de zarpar, me di cuenta de que el mar no perdona la improvisación”, recuerda el teniente de corbeta Luis Pérez, quien realizó su primer crucero de instrucción en 2004. “Ahí entendí que ser marino no es sólo una vocación: es una forma de vida. El Cuauhtémoc te exige todo, y a cambio, te da una identidad.”
La vida a bordo es rigurosa. El orden, la puntualidad y el trabajo en equipo no son opcionales. A las cuatro de la mañana ya se han iniciado los turnos de guardia, y los ejercicios de maniobra con velas pueden durar horas bajo el sol abrasador o la lluvia constante. “Pero cuando subes al palo mayor y ves el amanecer desde lo alto, entiendes que estás viviendo algo único”, añade Pérez.
Orgullo nacional flotante
El Cuauhtémoc ha participado en regatas como la Tall Ships Races, la Regata del Bicentenario, y ha sido anfitrión en encuentros como Velas Latinoamérica. Ha recibido premios por su impecable presentación y disciplina, pero sobre todo ha ganado el respeto de armadas del mundo entero. Dondequiera que llega, atrae miradas, aplausos y largas filas de visitantes.
Su mascarón de proa, con la figura del último tlatoani mexica —el joven Cuauhtémoc, símbolo de resistencia—, encarna la fuerza y dignidad con la que México quiere presentarse ante el mundo.
Un legado en constante navegación
El Buque Escuela ha sido comandado por distinguidos capitanes, y por él han pasado generaciones de oficiales, muchos de los cuales hoy ocupan puestos de alto mando en la Armada de México. Es un símbolo vivo de continuidad, una tradición que se actualiza con cada nuevo grupo de cadetes que sube a bordo.
En sus más de 40 años, el Cuauhtémoc ha navegado más de medio millón de millas náuticas. Ha cruzado el Canal de Panamá, bordeado el Cabo de Hornos y atravesado el Estrecho de Gibraltar. Ha soportado tormentas y ha llegado a puertos en África, Asia, Europa y América, llevando un mensaje de paz, cooperación y orgullo nacional.
El corazón que late con las olas
Hoy, en cada zarpada, el Cuauhtémoc no solo iza velas: iza memorias. De los que lloraron al partir, de los que regresaron cambiados, de los que encontraron en el mar su propósito. Es un navío de acero y madera, sí, pero también de recuerdos, enseñanzas y honor.
“Cuando el Cuauhtémoc se despide del puerto, no sólo se va un barco”, dice un viejo oficial retirado. “Se va México, con el pecho en alto y la mirada al horizonte”.