2 junio, 2025

2 junio, 2025

El humo, cerrando los ojos 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Aquí en este cuarto estamos todos. Estoy- cerrados los ojos- pensando esto y lo otro. Mi padre tiene prisa y nadie se le atraviesa. Está mi madre muy callada esperando el momento justo para sacar agua muy limpia en la palabra clave que como siempre dé en el blanco.

Jugamos a que nadie se mueva de su lugar y señalamos a un presunto trasgresor que por supuesto lo niega todo, es el tiempo. A uno entre todos toca contar el tiempo hasta diez para esconder lo que queramos. En mi turno, una parte de mi viajó al recuerdo de estos años. Entonces en la vorágine del pasado veo cómo crecimos en la escuela Primaria con la nostalgia eterna, el patio del recreo, la confusión de niños gritando al mismo tiempo. 

La casa fue un pequeño cuadrilátero de cuatro metros por cuatro, con seis chiquillos peleando relevos australianos. Sin público. Ahora lo puedo publicar al mundo difuso. A quién podría importar el bando de los rudos ganando en una batalla sin referí todas las luchas sobre los colchones cuando nos dejaban solos. El gato sin nombre bebía de un plato un poco de leche. A esta hora, la única botella que aún no bebemos contiene vermut seco. 

En el cuarto hay lugar para los fantasmas comunes que aparecen después de las doce, duerman niños porque ahí viene el coco. Y nadie despertaba al otro. El silencio estacionado habilmente hasta el amanecer oía pasar el río que todavía llevaba agua, pasaba como un tren antes del gallo ronco. Uno de todos tocía, seguramente mi padre «ya levántence cabrones». 

Si de memoria se trata hubo ahí varias ollas de peltre, una a presión, un libro de cocina que nadie estrenó, debido a la prepotencia del arroz. Hubo al menos un televisor de bulbos y no un plasma pues la casa, que para todos era un castillo, al ser demolida sirvió como estacionamiento de una gran tienda y no alcanzó. 

Al pasar de años no creo que alguien nos eche de menos en nuestro conjunto, no cantamos en el baño juntos, no quebramos un vidrio, no nos robamos un dulce. Si acaso un hermano o hermana, por uno de esos casos inexplicables, será condecorado(a) con la medalla al mínimo esfuerzo. Que desde luego no nos representa, pues de aquí, de este cuarto, salió gente bien jale. ¿A dónde habrán ido todos, qué se hicieron las pertenencias, el balero, el yoyo, la silla de palma, la foto vintage de desconocidos revolucionarios, el camión de volteo que me trajo Santa Claus, qué fue del colchón de resorte, de la cama de madera con cabecera Luis XV? 

Todo ocurre antes de los robots, del Internet con las redes sociales, antes de la comida rapida. Adentro está el mundo de aquel pensamiento, está la República en un radio de onda corta con las canciones y la voz aguardentosa de Pedro Yerena. El reloj de mancillas, el de bolsillo colgado de su cadena. 

En todos estos años si no hubiésemos salido ni a la tienda de la esquina, no creeriamos la ciudad que nos contaran. La ciudad hasta la de Berriozábal y un camino de tierra que nos llevaba a la Colonia Treviño Zapata desaparecieron y fueron sustituidos. Esta no es la ciudad que soñé ingenuamente, ni yo el ciudadano que las calles vieron. Escribo y es algo extraño. Adentro de aquel cuarto el niño que fui soñaba estrafalarias fantasías, la imaginación no cruzaba la ventana del corto paisaje. En el patio reinaba la paz de las macetas y un gato extranjero. 

Algunos años después confieso que no conozco colonias más allá de la colonia moderna. Sigo en aquel cuarto pensando que todo fue un sueño, pero estoy despierto, pronto llegaré al sitio a donde quiero llegar. Al otro lado de la ciudad con mi ciudadanía intacta escucho que me hablan, he de ser yo mismo desde el futuro, estoy seguro. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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