10 junio, 2025

10 junio, 2025

De sol a sol: las vidas que el calor extremo no detiene

Sus rostros se ven curtidos, sus manos callosas y sus cuerpos marcados por el trabajo que sostiene, aunque nadie lo vea, el pulso de la ciudad

CIUDAD VICTORIA, TAM.- El sol no perdona. Desde muy temprano, la ciudad entera parece arder bajo el yugo implacable de temperaturas que superan los 40 grados centígrados. En medio de este escenario, hay hombres y mujeres que enfrentan jornadas duras y silenciosas para que la vida no se detenga.

En la colonia Héroe de Nacozari, justamente en el 27 Miguel Hidalgo, un grupo de albañiles trabaja desde el amanecer pavimentando la vialidad y renovando la tubería que corre bajo la calle. No construyen muros ni levantan casas; su tarea es abrir zanjas, cargar material y maniobrar maquinaria pesada. Apenas se protegen del sol con sombreros, playeras de manga larga y un bote de litro de agua que compran en la Guadalajara de la esquina y a veces parecen insuficientes ante la sed abrasadora.

Sus rostros se ven curtidos, sus manos callosas y sus cuerpos marcados por el trabajo que sostiene, aunque nadie lo vea, el pulso de la ciudad.

Un poco más al sur, en la calle Ébano con Avenida Las Palmas, en el fraccionamiento Las Flores, la escena que se repite día tras día duele en el corazón: Doña Guadalupe, una anciana de alrededor de 80 años, muy delgada y en silla de ruedas, permanece horas bajo el sol desde las siete de la mañana. “Tengo mucha hambre”, repite con un hilo de voz que apenas le alcanza para pedir unas monedas. Sus ojos, llenos de cansancio, buscan algo de compasión entre quienes pasan apurados por esa esquina.

Los vecinos comentan que un familiar la lleva cada mañana, la acomoda en ese cruce y la custodia a distancia. La imagen resulta inquietante: es como si la vida de Doña Guadalupe dependiera de lo que el tráfico y la generosidad de la gente puedan ofrecerle. “Ya tiene mucho tiempo así”, comentan. Para muchos, su presencia ya es parte del paisaje urbano, pero nadie debería acostumbrarse a ver a una anciana tan vulnerable, expuesta a un golpe de calor o a la deshidratación.

Mientras tanto, los empleados de Parques y Jardines recorren la ciudad podando árboles y cortando la maleza que invade las banquetas.

Son los guardianes del verde en medio del polvo y el calor. les ve con machetes, tijeras y desbrozadoras, mientras el sudor corre por sus frentes como un tributo inevitable. A lo largo del eje vial, otros trabajadores viajan de árbol en árbol montados en estructuras metálicas, regando las raíces sedientas. Van a menos de 10 kilómetros por hora, con el sol azotando sus espaldas y el metal ardiente bajo sus pies.

Son vidas que la mayoría apenas nota. Trabajos invisibles, imprescindibles. Historias que hablan de resistencia, de sacrificio y de dignidad. Porque mientras el calor asfixia y la ciudad parece dormida, estos héroes anónimos —albañiles, empleados municipales y hasta Doña Guadalupe— nos recuerdan que el verdadero corazón de la ciudad late en las manos callosas y en la esperanza de que cada jornada termine con un suspiro de alivio.

Que nunca olvidemos sus rostros, ni el valor de quienes, de sol a sol, mantienen viva la vida que nos rodea.

Por Raúl López García

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