El deseo de trascender, de dejar una huella de nuestro efímero paso por la vida para que la gente nos recuerde después de muertos y que se sepa lo que fuimos, los éxitos y las hazañas que logramos y los reconocimientos o medallas que nos otorgaron, constituye una necesidad existencial para la mayoría de los seres humanos.
Gran parte de los esfuerzos y de los proyectos que realizamos a lo largo de la existencia están encaminados a perpetuar nuestro nombre en el futuro. Esta fue la razón y el propósito de muchas de las grandes proezas de hombres y mujeres que murieron intentando dejar un recuerdo de su presencia en el mundo mediante actos heroicos y temerarios.
La inscripción de leyendas y epitafios en las tumbas forma parte también de este anhelo de inmortalidad y de la necesidad de que nos recuerde después de que hayamos partido. En la antigua Grecia se crearon los Epitafia o Fiestas Fúnebres para celebrar anualmente junto a las sepulturas de los hombres notables o de los soldados muertos en combate.
El día de la Epitafia, como llamaban los griegos a estas celebraciones, se rendían honores y se recordaban públicamente sus hazañas.
La palabra epitafio procede del término griego Ephitaphios conformada por los vocablos EPI que significa Sobre y Taphe que quiere decir Sepultura. El epitafio es, pues, la inscripción que se escribe o graba encima de las lápidas de las tumbas. Esta suele consistir en una indicación del nombre y edad del finado a la que a veces se acompañan expresiones de dolor.
En las sepulturas o mausoleos de la Grecia antigua se solían grabar epitafios en los que se hacían constar el destino de los cargos públicos que había desempeñado el fallecido, así como las grandes hazañas realizadas a lo largo de la vida. Algunos de estos epitafios eran redactados en vida por los propios muertos.
En Esparta no se concedía el honor de un epitafio más que a los guerreros que morían luchando por la Patria. El de Leónidas y de los que murieron con él decía: “Pasajero, ve y dile a Esparta que sus hijos han muerto por obedecer sus leyes”.
El uso del latín se ha perpetuado hasta los tiempos modernos en las inscripciones epitáficas. Por las costumbres de utilizar estas grabaciones para enumerar los cargos y honores del muerto se ha dicho que el epitafio es la última de las vanidades de los humanos.
Los epitafios son tan variados como las vidas de sus autores. Los hay poéticos, simpáticos, despectivos y hasta burlescos, según el sentir o pensar de los inscriptores o la última voluntad de los que murieron.
He aquí, algunos de los más memorables:
El del célebre Alejandro Magno es todo un sarcasmo. “Ha bastado una tumba – dice – para aquél a quien en vida no bastó el mundo entero”. Otros son, en cambio, demasiado materialistas, como aquel que afirma que “Primero no era, después fui y ahora no soy”.
Perros que ganaron fama mundial filmando películas, como el inolvidable pastor alemán Rin Tin Tin a mediados de los cincuenta del siglo XX tienen también un epitafio sobre su tumba. En el cementerio francés en donde reposan los restos de este célebre héroe canino del cine está inscrita una leyenda en la que se lee: “Aquí yace Rin Tin Tin, que fue menos perro que muchos”.
Hay epitafios verdaderamente festivos, tanto que más que inscripciones fúnebres parecen bromas o chistes como aquellos que declaran “Por fin dejé de fumar” y “Un amigo y yo apostamos quien duraba más debajo del agua. Gané”. El que compuso Budelaire, aunque no estaba grabado en su sepulcro, es muy simpático. “Aquí yace –dice – quien, por haber amado en exceso a las busconas, descendió joven al reino de los topos”.
El del afamado escritor inglés Lord Byron destaca por lo significativo. “Aquí yace enterrado – Indica la inscripción mortuoria – en la eternidad del pasado en la que no hay resurrección para los días, aunque pueda haberla para las cenizas, el trigésimo tercer año de una vida mal empleada que tras una larga enfermedad de varios meses ha caído en letargo y expirado” y luego la fecha de 1821.
En tanto que el del dramaturgo y poeta Shakespeare es una súplica: “Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado”, y el del filósofo alemán Karl Marx, es un llamado a la lucha popular, “Proletarios del mundo, uníos”.
El que se encuentra sobre el sepulcro del comediante mexicano Mario Moreno “Cantinflas” hace honor a su manera de hablar: “Parece que se ha ido, -expresa- pero no es cierto”.
Llama la atención el del Pastor bautista líder del movimiento por los derechos civiles de los Estados Unidos, Martin Luther King, asesinado por luchar pacíficamente por la igualdad racial y la justicia social externa la irónica reflexión existencial que llevó a cabo desde su juventud: “Libre al fin, libre al fin, gracias, Dios”.
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