La Cruz Roja es una institución humanitaria. Muchos lo olvidan. No forma parte del gobierno, no recibe un presupuesto automático, no es una dependencia pública. Es un organismo civil que depende, en gran medida, de la generosidad y la participación de la sociedad. De nosotros.
Y lo menciono porque creo profundamente en la Cruz Roja. De adolescente, incluso, quise formar parte de ella. Soñé con tomar un curso de primeros auxilios, con capacitarme, con servir… pero no lo hice. La vida me llevó por otro camino, pero la admiración se quedó.
Hoy soy diabética e hipertensa. Hace unos días, un dolor de cabeza persistente me llevó a buscar apoyo. Caminé hasta la Cruz Roja ubicada cerca del Auditorio Municipal, en la zona centro de Tampico. Fui a confirmar mis niveles de presión y glucosa. Me atendieron con amabilidad, en un área climatizada, con respeto. Pero cuando la enfermera intentó medir mi azúcar, se disculpó:
—Le voy a quedar mal, no me dejaron tiras reactivas.
Le expliqué que justo eso era lo que más me preocupaba.
__Solo le voy a medir la presión, me dijo un tanto apenada. Siempre cargo un baumanómetro digital para medir mi presión arterial, pero necesitaba verificar los resultados de mi glucosa.
—Lo siento —me dijo—, no hay tiras, se les olvidó dejarme material.
Salí de ahí decepcionada. No de la institución. No del personal. Decepcionada de la sociedad en la que nos hemos convertido: indiferente, desinformada, cada vez más exigente y cada vez menos dispuesta a colaborar.
Sé que la Cruz Roja está en crisis. Lo escuché también en un noticiero local, donde se hablaba de la grave situación de la delegación sur de Tamaulipas: pocas ambulancias, falta de combustible, escasez de insumos. Y lo más preocupante fueron los comentarios de la audiencia:
—No donen, porque cobran caro.
—Atienden mal.
—Todo lo cobran, y está muy caro.
— La Cruz roja tiene lo que merece de la sociedad porque todo lo cobran, opinó alguien más
Más allá de la anécdota, esas opiniones me dejaron helada. Porque entonces entendí algo: no es que la Cruz Roja tenga lo que se merece. Somos nosotros, como sociedad, quienes tenemos lo que merecemos. Una institución debilitada, al borde del colapso, sin recursos para responder… porque hemos dejado de verla como nuestra.
Cuando era niña, en las escuelas llegaban planillas para la colecta. Cada estudiante cooperaba con cinco pesos. No era mucho, pero lo dábamos con ilusión. Nos sentíamos importantes. Sabíamos que, si algo pasaba, la Cruz Roja iba a llegar.
Recuerdo también, en el año 2000, la campaña “Salva a Chava”, organizada por el Club Rotario. Era para recaudar fondos para ambulancias que eran donadas a la Cruz Roja, Chava era un niño imaginario, podía ser cualquiera. El mensaje era claro: se necesitaban ambulancias para salvar vidas. La colecta fue un éxito. Pero hoy, dos décadas después, me atrevo a decirlo con tristeza: Chava ya murió.
Murió por falta de ambulancias. Murió porque no hubo con qué movilizar a los paramédicos. Murió porque nos volvimos egoístas, exigentes y apáticos. Porque nos acostumbramos a que alguien más resuelva, a que todo sea gratis, a que lo que no entendemos, lo descalificamos.
La Cruz Roja no ha fallado. Quienes hemos fallado somos nosotros. Y todavía estamos a tiempo de corregir.
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Martha Irene Herrera es comunicadora con 28 años de experiencia, Jefa de Redacción del Periódico La Razón, y cuenta con más de 12 años de experiencia en el Servicio Público, en el Monitoreo de Medios y Análisis de Información.




