11 diciembre, 2025

11 diciembre, 2025

El nuevo modelo político

HORA DE CIERRE/PEDRO ALFONSO GARCÍA RODRÍGUEZ

En el recuento de los últimos 10 años de política tamaulipeca hubo tres modelos políticos y, curiosamente, en tres partidos distintos en el poder.

Algunos con similitudes, pero, en esencia, distintos. El primero bajo las siglas del PRI, fue el modelo de antaño, con sus evidentes etapas, pero al fin y al cabo proveniente del México posrevolucionario.

El gobierno de partido que, si bien respetaba las cuotas de poder que de origen tuvieron grupos regionales (políticos y empresariales) y cacicazgos, al final, desde el priismo tomaba decisiones tan trascendentales como la designación de candidatos, aun si había inconformidades.

Aunque, por principio partidista, era fundamental otorgar prioridad a regionalismos y caciques, práctica que aún prevalece en algunas regiones.

La historia hizo de las suyas y terminaron por degradarse o degenerarse, como sucede con todos los regímenes en caída. Las nuevas generaciones de grupos enquistados, producto de una nula movilidad política, y la emergencia de otros de origen empresarial beneficiados por el neoliberalismo y por una economía que giró en su entorno —que va más allá del bien y del mal— terminaron por diezmar la presumida disciplina de partido.

Y fue, en efecto, la llegada de Francisco Javier García Cabeza de Vaca la que los expuso y dejó al descubierto su naturaleza humana. Pero la fortaleza política y el poder que concentró en su momento el exgobernador fue un balde de agua fría para todos esos liderazgos regionales de antaño, cacicazgos y, claro, también para la suma de grupos delictivos.

Debilitados, perseguidos, encarcelados, entre otros destinos fatales, buscaron refugio en lo que quedaba del “Nuevo PRI” o cambiaron por completo su discurso a favor del evidentemente favorito Andrés Manuel López Obrador.

La confianza de Cabeza de Vaca en aliados de capacidades limitadas (estatales y regionales) le dio vida a priistas que de la noche a la mañana eran más comunistas que el Che Guevara y terminaron por diezmar el poder del exgobernador gracias a la operación territorial (de nuevo: más allá del bien y del mal) y tomaron o recuperaron espacios de poder que él no logró conservar. La fortaleza del ya presidente AMLO les dio un respiro nostálgico de lo que fue la “alineación” característica del tricolor.

Y con el trago amargo de la constante incursión del morenismo nacional para “pasar charola” y mermar las áreas de oportunidad. En cuestión de unos años, el remedio utilizado por Morena para acabar con el totalitarismo cabecista se convirtió también en veneno. Esos grupos, bajo la creencia de ser los merecedores de las glorias, exigieron lo que aseguran que les corresponde, y la disciplina duró lo mismo que la estructura de poder de charola y control que impusieron más los obradoristas que el mismo Andrés Manuel.

Se acaba el absolutismo y el paternalismo de la figura carismática (o del régimen de partido) y se acentúan evidentes fricciones entre los grupos de poder emanados del gobierno en turno, más los expriistas (y también expanistas) bautizados y autoproclamados merecedores de toda gloria.

Y los nuevos dominios que lograron mantener en algunos municipios por seis años o más serán amenazados por la movilidad política impuesta desde Palacio Nacional. Con la recuperación del aparato judicial de la Fiscalía General de Justicia y de la Anticorrupción, próximamente bastará poco trabajo para hacer un recuento de daños sobre los excesos cometidos. Una medida que sanearía el ambiente de tensión en algunas regiones del estado, por el conflicto constante de algunos grupos obsesionados con formar bastiones.

Además de la nueva forma de hacer política, que avanza con velocidad en todo el país, de dar a las mujeres el suficiente poder para llevar por completo a la realidad la equidad de género. Y un necesario relevo generacional.

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