CIUDAD VICTORIA, TAM.- 8:55 de la mañana. El sol empezaba a quemar como si quisiera imponerse sobre el frío de estos días, un frío extraño para finales de otoño en Ciudad Victoria, un frío que anuncia la llegada del invierno… pero también un frío que se sentía más dentro del pecho que en la piel. Aun así, el sol picaba. Se asomaba entre las nubes como recordando que, incluso en los momentos difíciles, la luz existe y estos días eran difíciles, durísimos, para la comunidad futbolística de Victoria.
El lunes anterior, la ciudad recibió un golpe que aún no terminaba de entender: el profesor Héctor Serna había sido encontrado sin vida. Entrenador, formador, guía, amigo, un hombre respetado en canchas, torneos, gradas, pasillos y ligas; un entrenador que tocó a generaciones completas, un hombre que, incluso sin quererlo, ya había sembrado jugadores en fuerzas básicas de Liga MX. Cientos crecieron bajo su voz, sus enseñanzas, su disciplina, su cariño.
Dos días después de esa lamentable noticia, la cancha de la América de Juárez amaneció distinta. No había tianguis, no había vendedores, no había bullicio, solamente un silencio que pesaba como si la cancha estuviera conteniendo la respiración.
Era miércoles temprano… pero había una cita enorme, una cita triste:
el último entrenamiento del profe Héctor Serna.
La familia había decidido que, antes de la cremación, el cuerpo del profesor debía volver ahí, a su segundo hogar, al lugar donde había pasado años dando instrucciones, formando carácter, regañando, alentando, riendo y soñando. Ahí donde muchas niñas y niños aprendieron a correr, a perder, a ganar, a levantarse, ese lugar donde él fue feliz.
A las 9:00 ya se asomaba gente por todos lados. Algunos llegaban con uniforme laboral, sin tiempo de cambiarse, otros traían la mochila escolar. Niñas y niños se habían ausentado de clases; padres habían pedido permiso en el trabajo. No era un día cualquiera: era despedir a quien los había marcado para siempre.
Mientras en la mítica cancha de la América todos se preparaban para el dolor, en la capilla del 8 Ceros Matamoros dieron el aviso: la carroza había salido rumbo al destino estipulado.
En la cancha, los globos empezaban a aparecer como pequeñas luces: blancos, amarillos, verdes, rojos… los colores de Leones, los colores del recuerdo, los colores de la vida. La gente levantaba la mirada hacia la avenida principal, tratando de adivinar en qué momento llegaría la carroza, pero en el fondo no quería que llegara.
Mientras… la carroza avanzaba por la ciudad haciendo un último recorrido simbólico, el último camino hacia la cancha, un último “vamos al entrenamiento”, como él decía.
9:35 de la mañana. La cancha empezó a poblarse más rápido. Los niños de Leones comenzaban a llegar con el uniforme del equipo encima del de la escuela, algunos distraídos, otros ansiosos. Entre la multitud, un grupo de pequeños jugaba como si nada pasara, incluso pidiendo foto a reporteros. Eran niños, todavía no entendían. Pero pronto lo harían.
Justo a las 9:50, la carroza llegó. Se hizo un silencio largo, profundo.
La fila se formó por instrucción del profesor Marco Zavala, con el rostro desencajado, trataba de organizar mientras hacía señales, consolando a padres y niños que ya empezaban a quebrarse.
A las 9:52 La batucada estalló. Esa batucada que acompañaba los juegos importantes de Leones, fue imposible contener el nudo en la garganta.
El cuerpo del profe entró rodeado por más de cien personas. Los lloriqueos se mezclaron con el sonido del tambor. Los abrazos se hicieron urgentes, los adultos lloraban sin esconderse y los niños miraban sin entender del todo, pero sintiendo que algo se había roto.
Avanzó unos veinte metros desde la banqueta hasta el centro del campo.
Ahí, sus niñas y niños lo rodearon ante la mirada de hijas, hermanas, primas, tías, su madre, y demás amigos del profesor Serna.
Sus pupilos se quedaron mirándolo, algunos con la tristeza escrita en los ojos, otros con confusión, otros sujetándose entre ellos. El ataúd estaba ahí, en medio del lugar donde él los formó, era una imagen demasiado dura, demasiado simbólica, demasiado real.
Los familiares del profe Serna no pudieron más. Se deshicieron en llanto pues sabían que ese sería el último adiós en la cancha que él amó.
Y entonces, como un susurro convertido en grito, sonó la porra:
“¡Que ruge, que ruge, que ruge Leones! Con toda la fuerza de sus corazones”… La porra que siempre lo acompañó, que lo hizo sonreír tantas veces, esa porra que ahora dolía.
Después vino la última vuelta. La última vuelta dirigida por el profe Serna. Como en cada entrenamiento, se daba la tradicional vuelta al campo para calentar. La vuelta que tantos odiaron, que otros cumplieron a medias, que algunos hacían protestando. Pero ayer… nadie protestó.
Ese día, cada paso era un recuerdo, cada paso era un agradecimiento, era una despedida.
Encabezados por Marvin Olguín, trotaron despacio, sin ruido, sin bromas, sin quejas. Solo con lágrimas contenidas, pensamientos caídos al suelo y un silencio que dolía, y esta vez el silbato del profe no sonó.
Después se formó una valla humana improvisada. Niñas y niños, los que están y los que ya no estaban en Leones, jóvenes que pasaron por sus manos, de todas las edades, todos juntos con un balón que pasó de pie en pie hasta llegar al área, y alguien disparó para anotar el último gol…. todos corrieron hacia el féretro como si celebraran ese último gol para él, como si el profe estuviera aplaudiendo desde la banda.
Era inevitable no mirar a Mariana Gómez, la joya más reciente del club, la niña moldeada por los consejos y paciencia del profe, y que seguramente llegará muy lejos si así se lo propone… no aguantó más y se quebró. El llanto le cayó como torrente. Y detrás de ella, uno por uno, niñas, niños, jóvenes, todos se rompieron, aquello niños que tenía una sonrisa minutos antes como si nada pasara, ahora lloraban pues el momento había llegado… Los padres trataron de sostenerlos, sin lograr sostenerse ellos mismos.
Entonces la voz de una de las hijas del profe Serna, apareció entre el silencio y el llanto: “Gracias por estar aquí. Qué bonito ver el cariño que le tienen a mi papá. Él era muy feliz haciendo esto. Nunca olviden sus consejos. Es bonito ver tanto cariño en las redes sociales, se los agradece él, él es el más feliz de que estén aquí”.
Abraham, padre de familia del equipo habló a nombres de los papás: “yo le agradezco al profe todo lo que hizo por nuestros hijos, en mi caso con Thiago, siempre le agradeceré, siempre fue un ejemplo y estoy feliz porque él también está feliz del legado que dejó”.
Marco Zavala, su amigo, habló después: “Él confiò en mí cuando nadie lo hizo, no querían muchos que estuviera aquí, que alguien externo trabajara a sus hijos, pero él siempre me invitó. No más egos, no más peleas. A él no le gustaba eso. Papás, no dañemos el futbol. Hagámoslo por él”, y finalizó con una promesa donde se rompió, “nos tocaba estar en Colombia muy pronto, era una ilusión. Vamos a ir y vamos a dejar el nombre del profe Serna en lo alto, el nombre de Leones y de Victoria como él lo quería”, concluyó.
La maestra Gabriela Rivas también tomó la palabra, rota: “En el último nacional me hiciste tanta falta. Tú siempre sentiste estos colores de Formación, él fue quien lo sintió un poco más. La vida es un día a la vez siempre te lo decía. Ahora todo será para ti, todos nuestras niñas lo harán por ti”, expresó.
Ella misma cerró con la porra del león, la porra que estremeció la cancha entera. Después, un minuto de aplausos que terminó con los globos soltándose al cielo, volando como pequeños rugidos blancos.
Entonces vino la última petición. Las hijas del profe, sus hermanas, su madre: Querían tierra de la cancha, tierra del lugar que fue suyo. Los niños la recogieron con sus manos pequeñas, la guardaron como si guardaran un pedazo del profe.
Y después de poco más de una hora… el Profe Serna se fue. Entre aplausos ex alumnos ya mayores y algunos familiares, cargaron el ataúd, y la carroza se fue.
La cancha quedó en silencio. La Guarida del León se quedó sin su rey, los rugidos ya no serán iguales. El León mayor ya no estará físicamente, pero eso no será el final… porque esa cancha, ese equipo, seguirán rugiendo por él, por su memoria, por su legado, por el profe Héctor Serna.
Porque en la América de Juárez, y en cualquier lugar donde exista un equipo de Leones FC, en cada niño, en cada balón, en cada paso, el profe Héctor Serna seguirá entrenando para siempre.
LOS MOMENTOS
LA LLEGADA DE LA CARROZA A LA AMÉRICA DE JUÁREZ: A las 9:50 de la mañana, el silencio se rompió con la batucada y el ingreso del féretro al centro de la cancha, entre lágrimas, abrazos y más de cien personas formadas para despedirlo.
LA ÚLTIMA VUELTA A LA CANCHA: Niñas y niños dieron la tradicional vuelta de calentamiento encabezados por Marvin Olguín, sin protestas, sin risas, solo con recuerdos, nudos en la garganta y el silbato del profe sonando en el corazón.
LA DESPEDIDA FINAL Y LA TIERRA DEL CAMPO: Tras los mensajes de sus hijas, de Marco Zavala y Gabriela Rivas, los globos volaron al cielo y los niños recogieron tierra de la cancha como símbolo de que el profe se quedaba para siempre en su casa.
Por DANIEL VÁZQUEZ
EXPRESO-LA RAZÓN




