1.- Antes de concluir mi colaboración por el presente año, he querido enviarles un saludo a mis estimados discípulos, a mis inolvidables muchachos, a aquellos que hace tiempo se aproximaron a mí con el genuino interés de aprender a pensar y escribir, y que después de copiarme algunos trucos desenfundaron el puñal de la ingratitud para dejarme la espalda como barbacoa.
2.- Mis discípulos parricidas, mis hijastros intelectuales, son varios y muy singulares todos. Los hay jóvenes, maduros y vetarros. Algunos admiten su condición de entenados, en tanto que otros reniegan de ella y se rebelan contra mi influencia espiritual.
3.- Yo jamás los invité a leerme y menos a conocerme. Llegaron por su voluntad y sólo se quedaron los que no pude quitarme de encima. Eran tan genuflexos y cordiales como morrongos de servicio, pero a muchos tuve que echarlos tan sólo por sanidad mental.
4.- Jamás admití sus adulaciones y zalamerías , porque me decían maestro con el mismo tono con que se dirigían a un plomero o a un albañil, y algunos hasta me llamaban “maistro”. Después inventaron el tratamiento de “Gurú”, según ellos para halagarme, pero en el fondo sólo la hacían como una burla blasfema y canallezca.
5.- Muchos de ellos llegaron “en greña” y totalmente cerriles, y fue ardua la tarea de cepillarlos y enseñarles sus primeras letras. La pura necesidad los hizo periodistas, y fue tórrida la batalla por desasnarlos y meterles un poco de claridad en la cabeza.
6.- Otros, en cambio, habían masticado ya alguna cultura de desecho y escribían desperdicios con la total convicción de que estaban produciendo perlas: Al margen de su escasa o nula preparación , la mayor parte de ellos llegaron a mí con la errónea creencia de que el talento se contagia, aunque hubo algunos que llegaron contagiados de vanidad, y deambulaban por las redacciones de los periódicos con la petulante hinchazón de una embarazada primeriza, o de un pavorreal tan adornado como un arcoiris. Me siento responsable de que hoy sean pulidos embusteros, y de que transiten con éxito por el pantano del periodismo lugareño.
7.- A todo ellos llegué a quererlos, como ocurre siempre con los hijos más monstruosos. Son los feos por dentro y por fuera los que se roban toda nuestra ternura. Nunca me hice ilusiones sobre su gratitud, porque siempre supe que estaba educando pirañas y que, en cualquier momento, por unascuantas monedas o por un kilo de chuletas, me atacarían sin ningún escrúpulo.
8.- Recuerdo con cierto afecto a un pillo simpático de escasa cabellera, porque fue el único que guardó las formas cuando decidieron tomar el puñal para atacarme por la espalda. Sólo él me enterró el arma sin rencor, y fue exclusivamente por obediencia a la sombra atiborrada de complejos y envidias que hoy lo secunda en su aventura.
9.- En estos días navideños que el ambiente se impregna de nobles sentimientos de amor y paz, he querido saludar a mis amados discípulos parricidas, a mis queridos muchachos, para decirles que han alcanzado mi total absolución, y que les deseo muchas venturanzas para el año venidero. y que, por favor, me den por fallecido.