Tendido de miradas, encuentros con amigos y amigas. La variedad de las calles, el olor a café, las sonrisas, los muchachos y muchachas untados de amor, el correr de los niños y las niñas, como el carrusel de la plaza Juárez que gira y gira, una y otra vez, el tiempo no se detiene y entretiene los mejores deseos para toda esa gente que se multiplica en las calles, en los encuentros de plaza que son la cara de la ciudad.
Dibujados en movimiento, intercalados como imágenes que hablan y callan, el tiempo va dando pasos hasta acercarse a otro tiempo, el más nuevo, el tiempo de los mejores deseos para todos los que nos rodean, para todos los que rodean el gran carrusel de la vida y el optimismo de un mañana mejor.
Verdaderamente vamos en ese carrusel que carga en sus redondeos las penas, las alegrías, la felicidad del encuentro, los lugares felices, los aciertos, los errores, los triunfos de la vida.
Vamos en ese carrusel colorido por las manos que el tiempo ha saturado con su patina de emociones. Vamos en el carrusel empujados por esa fuerza que nos da nuestra naturaleza de amor, de orgullo ante la muerte que también recoge en sus rodeos a los que ya no pueden pulsar la lira ni cargar su cruz.
Es el carrusel del tiempo un calibrar de espejos de las conciencias ajenas, de las memorias, de los encuentros con lo que amamos.
El carrusel da vueltas como un reloj que agoniza, pero que en sus giros se levanta de nuevo de sus argollas invisibles prendidas a las manecillas.
Es el tiempo del carrusel de la vida, los buenos deseos de los que tenemos «fe en la vida», los que soñamos con el corazón abierto. Los que somos familia en una pequeña ciudad del norte de México. La Victoria amiga, el calor humano de una ciudad que aún tiene memoria y buenos deseos para sus gentes.
Estamos en el carrusel de la plaza, dando giros de mirafas llenos de buenos deseos para todos los que nos miran y nos leen. Los que soñamos a ojos abiertos y los que escribimos desde el corazón escribiendo los buenos deseos.
