Con risibles desfiguros, parecen algunos políticos haberse equivocado de oficio. Pero olvidémonos de ellos. Mejor rato pasaremos si nos ocupamos de otro espectáculo, que con malabarismos y cómicos, antaño sería la novedad en Tamaulipas.
URBES
“Los antiguos mexicanos dejaron vestigios […] que hoy asociamos con el circo, como la estatuilla ‘El acróbata’ de los olmecas”, explica Julio Revolledo Cárdenas. Diversas culturas del mundo aportaron lo propio. Sin embargo, las bases modernas de la industria circense aparecen hacia 1768, con el británico Philip Astley.
Añade Revolledo Cárdenas que en 1790 llega a la ciudad de México el primer agrupamiento profesional. Llamado Compañía de Volantines La Romanita, procede de España. Le sigue 18 años después el Real Circo Ecuestre, que Philip Lailson forma en Inglaterra. Tras la independencia, surgen versiones autóctonas. En 1841 es creado el Circo Olímpico por José Soledad Aycardo, mexicano precursor del ramo. En acrobacias hípicas José Miguel Suárez del Real funda a la postre senda dinastía, que perdura hasta la fecha.
También ingleses y luego de conocer tierras mexicanas –indica el citado especialista–, los hermanos Orrin escogen la capital del país en 1881 para abrir su Circo Metropolitano. Y al cabo de una década le construyen vistoso recinto, “cuya elegancia y buena programación” marcan la época. Severa paz impone mientras tanto el régimen dictatorial que encabeza Porfirio Díaz. Sacándole provecho, se animan los empresarios del entretenimiento a incursionar en las urbes del interior.
NOMBRE
Respecto a Tamaulipas, encontramos antiguos y deliciosos antecedentes. “Ha llegado […] la compañía de circo y acróbatas que dirige el señor Liceaga” y “dará su primera función el domingo 15” de enero de 1882 “en la plaza de toros”, esquina noreste de las hoy calles 20 de Noviembre y Emilio Carranza, informa con regocijo “El Semanario” de Tampico.
El programa incluye “un hombre raro que mide” 90 centímetros “y […] también […] una niña de 7 años […] sumamente hábil en el arte acrobático”. Payaso o “gracioso”, tampoco falta. “Recibimos un boleto” del propietario –reseñan–, “invitándonos a […] su” debut. Acudimos “y quedamos […] complacidos. Los artistas […] son, fuera de duda, sobresalientes […] Lo que llamó más la atención fue la simpática niña [acróbata María] Liceaga […] mereciendo […] unánimes aplausos”.
En posteriores notas el tabloide se queja empero de los cócoras o fastidiosos y de sus palabras obscenas “proferidas sin cuidarse del bello sexo que concurre a esas diversiones”. “Una de las noches […] tres o cuatro malintencionados se propusieron molestar al gracioso” o payaso, “al grado de arrojarle piedras […] Es de esperarse que el regidor” a cargo prevenga tales “escándalos que desdicen mucho del buen nombre de una población ilustrada”.
CENTAVOS
La red ferroviaria estaba aún construyéndose. Para trasladarse Liceaga entonces sólo tiene la vía marítima o las carreteras. Quizás por ello prescinde de los después tradicionales leones, elefantes, trapecios, etcétera.
Los ferrocarriles enseguida facilitan el transporte y asombrosas innovaciones. Refiriéndose a la capital tamaulipeca en los albores del siglo XX, cuenta Emilio Portes Gil: “Había una panadería en la calle de Hidalgo”, de ciudad Victoria, “que era de un rico señor de Monterrey, don Eleuterio de la Garza, fundador de un gran circo que hacía recorridos por todo el estado”, gracias a los caminos rieleros.
“Nuestro deleite era, como no teníamos los veinticinco centavos para entrar al circo, meternos por debajo de las lonas de la carpa, y a veces se nos pillaba y se nos echaba fuera”, admite Portes Gil. Estas palabras traslucen ya las características distintivas con que hoy sobreviven los quehaceres circenses.