La magnitud de un acto terrorista no está determinada por el tamaño del ataque, el monto de víctimas o por el daño material causado, sino por su impacto psicológico. Las lamentables muertes son sólo las herramientas a través de las que el terrorista busca colar el miedo por debajo de la puerta.
El terror se nos mete en la carne. En nuestro intento por curarnos de ello, nos hace reaccionar —como personas y como sociedades— de modos peculiares. Elevamos los semáforos de “alerta”. Aumentan los desalojos de estaciones, aeropuertos. Cambiamos políticas y leyes. Enviamos soldados para destruir sus “posiciones”. Nos manifestamos en las calles. Mientras todo ello ocurre, los terroristas se deleitan con sus victorias, pensando en el siguiente atentado. Y por eso, porque no hemos terminado de entender bien cómo funciona, el terrorismo sigue aumentando.
Las gráficas muestran que esta clase de violencia no decrece, sino que se multiplica a partir de las intervenciones de EU y aliados en Afganistán y en Irak. Esto se debe a que el terrorismo no está en el universo de lo material, sino en el mundo de la psique humana. Tiene la capacidad de mutar, adaptarse, reproducirse. Penetra las sociedades que le “combaten”, alimentándose de sus propias problemáticas y utilizando sus avances tecnológicos para fortalecer su eficacia. Entonces, ¿Cómo puede enfrentarse?
El Índice Global de Terrorismo del Instituto para la Economía y la Paz (IEP), muestra que la pobreza o los indicadores de desarrollo humano son insuficientes para explicar la actividad terrorista. Las variables que mayormente se correlacionan con terrorismo son: (a) inestabilidad política, (b) falta de integración social, y/o (c) falta de legitimidad del Estado. Los 10 países con mayor cantidad de ataques terroristas muestran deficiencias en fortaleza institucional, corrupción, el libre flujo de información y el respeto a los derechos de otros. El IEP menciona que las estrategias más eficaces en las últimas décadas para el combate al terrorismo no han sido militares, sino de manera paralela el uso eficiente de policías, y la promoción de iniciativas y/o procesos de paz.
Se podrá argumentar que países que han sido recientemente víctimas de atentados, sí son Estados institucionalmente sólidos o que son sociedades democráticas. Sin embargo, en un mundo globalizado las sociedades industrializadas y democráticas, no pueden ser inmunes a los problemas que aquejan a las grandes mayorías del planeta. Además, países como Francia o Australia han decidido involucrarse directamente en conflictos externos sin que después de ello se garanticen condiciones pacíficas para las regiones intervenidas.
Es decir, la pobreza y la injusticia social, estén donde estén, deben combatirse, sean o no sean la causa de estos procesos de radicalización. Pero ante el aumento de la actividad terrorista en el mundo, y ante su evolución hacia ataques menos sofisticados, las alternativas se tienen que dirigir a: (1) policías mejor capacitadas, (2) estrategias de prevención e intervención psicosocial para crisis, y (3) la promoción de condiciones de paz en las vastas regiones del planeta de donde el terrorismo más se nutre.
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