CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Verano de 1957. Luego de las diez de la noche, la hora del amor, del despilfarro de besos y caricias compradas, iniciaba por el rumbo del 3 Ceros.
Las cantinas no paraban. Sólo esperaban el cambio de turno de los trabajadores en la barra y las botellas continuaban sus sonidos.
La zona o el Zumbido de Victoria, había existido antes en el 13 Guerrero. Pero un día decidieron trasladar la vida nocturna de la ciudad al otro lado del río, donde el ruido y la visiones alteradas no marchitaran los azares que adornaban la pureza de la sociedad.
Allá en la zona, la alegría, el alcohol, las caricias y el sexo, tenían precio. La intensidad de una noche se medía en pesos.
Los caballeros de entonces, al menos una vez a la semana huían de lo cotidiano para arroparse en el carmín de algún salón de lujo, como el María La Barca, La Zaratoga, El Pigalle o La Viky.
Para la raza estaban las cantinas o los salones de baile de La Noche Azul, La Media Noche, El Dandy, Flamingos, El Guadalajara, La Máquina Loca, B-29, La Cantina, Los Trovadores y otras.
Y aunque cada quien empezaba la fiesta a su estilo y algunos con mucha clase, todos acababan igual y en ocasiones en el mismo lugar: El Tenampa, el único sitio que aguantaba la fiesta hasta después de las dos de la mañana.
Quienes le conocieron lo describen como el único lugar de música en vivo. Tenía un tapanco donde tocaban Lo Dragones y por años permanecieron Los Hermanos Valladares.
En un costado de la barra estaba un hombre hecho en barro, era un mexicano que vestía camisa y pantalón de manta, un sombrero, el sarape. Simulaba estar dormido.
En las cantinas laboraban las jóvenes mujeres que llegaban de poblaciones cercanas.
Pero todas vivían allá en La Zona o el Zumbido. Tenían sus cuartos de asignación para atender a los caballeros y como en aquel tiempo se vivía el romanticismo a flor de piel, no faltaron los enamorados que comenzaron por pagar “la sala”, para que la señorita les pudiera acompañar hasta el centro de la ciudad.
Al otro día o al amanecer, debía llevarla de nuevo a la zona o enviarla en taxi.
Hubo grandes romances que lograron arrancar a las mujeres de aquella vida de desvelos.
Y todo comenzaba mientras en el salón se dedicaban las canciones. No faltaban las de amor, despecho o celos.
Y todo con discreción: “C.R. dedica esta bonita canción a L.M., esperando que sea de su completo agrado”.
Decir la iniciales significaba que sabían el verdadero nombre de la dama y que ella conocía al enamorado.
No había mujeres de la ciudad, las damas presentes eran por tanto las únicas que arrancaban esos suspiros.
Entre los amigos se decía: “Vamos a la Sonaja”… al Zumbido, El Congal y hasta el Putero, pero una vez ahí respetaban a todos los presentes.
Había pleitos normales que rápidamente apagaban los integrantes de la demarcación de policía que estaba en la zona.
En la barras se vendía sólo cerveza Carta Blanca, porque el dueño de ese terreno era don José Sierra, concesionario de la Cervecería.
Y para que los amigos no molestaran se decían: “Tengo una movida” y cuando en el plan ya había romance y no se paga base iba de “cachuchazo”.
En la sinfonola sonaban los éxitos de Javier Solís, Carabela, Los Panchos… el mambo ya había pasado, pero en ocasiones se escapaba el Mambo número 5 para bailar y ¿Qué le pasa a Lupita?
Los más atrevidos regresaban de la zona hasta el otro día, cuando el sol comenzaba a filtrarse entre las cortinas de uno de los cuartos de asignación.
El tequila Cuervo Blanco, la cerveza y el mezcal con Pepsi Cola, cobraba caro al otro día.
El dinero del sábado ya se había acabado, pero había más días para reponer
económicamente
aquella noche
de recuerdos.




