Es un tema cíclico, gastado, recurrente y complicado. No hay año en que no aparezca y no sea motivo de conflictos, malentendidos y sí, también en algunos casos, abusos.
Pero todo lo anterior, no le resta ni un ápice de la importancia que posee para la educación de nuestros hijos. Me refiero a las cuotas escolares, que se han convertido en una especie de «coco» que llena de miedo a cada arranque de ciclo lectivo.
Las autoridades del ramo se encuentran en una encrucijada. Todos parecen tener razón en los argumentos que exponen para defender o rechazar esas aportaciones. Tanto las directivas escolares que las solicitan, como los padres de familia que se sienten agraviados por el reclamo de ese pago.
Vale la pena recapitular sobre este espinoso asunto, en algunos de los factores que hicieron nacer a las cuotas mencionadas y que son precisamente, las mismas que las mantienen vigentes.
No descubro el hilo negro con esto. Usted, su vecino, sus familiares, en fin todos nosotros, jefes de familia, hemos sido testigos forzados de que la Secretaría de Educación Pública no incluye en su presupuesto recursos para permitir una sana marcha diaria de los planteles.
¿Ejemplos?
La SEP o SET, es indistinto, nunca tienen dinero para tapar las goteras en los salones de clase, para reparar unas docenas de pupitres, para mantener los jardines, para adquirir materiales didácticos, para un pizarrón nuevo, para pagar a un velador o reconstruir una barda, por citar algunos casos. Vamos, ni siquiera para abastecer de papel higiénico a los sanitarios. Todo eso y docenas de necesidades básicas más, son cubiertas gracias a las cuotas de los padres, lo que las convierte no sólo en necesarias, sino en indispensables. No contar con ellas no es un problema para una escuela, es una auténtica tragedia.
Lamentablemente, siempre, hasta en las mejores causas, existe un antivalor y en este caso, son los abusos —por fortuna son los menos— que se cometen, pero son suficientes para manchar lo que les rodea, en un reflejo de la vieja frase árabe que reza que «una mala acción borra a mil buenas anteriores, aunque éstas formen legión».
¿Cuál es la solución para que las emergencias escolares se puedan atender y para que los padres de familia en precarias condiciones económicas no resientan tan severamente en sus bolsillos esas contingencias?
La respuesta parece sencilla: que la Secretaría respectiva, sea estatal o federal, absorba esos gastos, pero parados en la realidad, sabemos que eso jamás se ha dado y lo más seguro es que nunca se dé. Por lo menos en los años siguientes, los cuales ya fueron cargados con ominosas advertencias de mayor austeridad, como si la existente no fuera suficiente para casi soltar el llanto.
Así que le ruego me permita una reflexión personal.
Me queda claro que en numerosas situaciones pagar una cuota de 500 pesos, 300 y hasta 200 por cada hijo en un plantel, es un sacrificio que los padres sólo aceptan por el interés de darle a los pequeños la enseñanza a la que tienen derecho y que en teoría, es gratuita. Más aún, me queda claro también que hay casos en los que les es imposible entregar ese dinero. No es un pretexto para salir del paso; realmente les es imposible.
Por eso, me atrevo a exponer una sugerencia:
Hay jefes de familia —y son bastantes— que pueden aportar esa misma cifra dos veces al año, lo cual podría evitar una crisis en hogares donde 200 o 300 pesos es lo que necesitan para subsistir una semana. Esto puede parecerles a algunos, tal vez a muchos, una locura o la consecuencia de un delirio, pero quienes duplicaran ese beneficio estarían no ayudando a un sistema educativo, sino a un niño que en el futuro podría ser un brillante profesional.
¿Y quién sabe?… Tal vez con esa aportación extraordinaria, con esos niños un día tendremos frente a nosotros o frente a nuestros hijos, a un profesor que le enseñe sus primeras letras, a un abogado que nos proteja para hacer valer nuestros derechos o, piénselo bien, a un médico que salve nuestras vidas.
¿Verdad que valdría la pena?…
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