Me miro al espejo y sobre el plano caprichoso de Mercurio mis ojos alados se dejan llevar por la imaginación de mis manos que dibujan sobre los cuerpos geométricos que se multiplican como un cuarzo quebrado en mi cuerpo. Me he levantado lleno de vida respirando el aire bendito que pasea en la corteza para hacer remolinos de hojas con los pájaros.
Envuelto en frío, deshojado con los tiernos rayos del sol, asomo al día, este día 7 de febrero de 2015, que se abre como un libro nacido de los árboles, los agradecidos árboles que Dios ha puesto en mi camino y cuya sombra y luz animan mi vida. Me he bañado como Heráclito, dos veces en el mismo río muy temprano y lentamente me he cubierto de arrugas en estos años que hacen 70 febreros en un Acuario que es un espejo en mis manos.
Las canas desprendidas de su corteza y sobre mi cabeza la planicie alumbra el horizonte. Calvo, de pelo blanco y negro. Soy un hombre marcado por el tiempo y mi espacio se reduce a mi pincel y a mis letras. Recuerdo a los viejos amigos y amigas de infancia, a los de mi juventud, y a quienes, en la línea del tiempo creativo, compartimos sueños e ilusiones. Recuerdo a Carlos Guzmán, pintor y escritor; a Bruno Montane, músico y poeta; a Roberto Bolaño, poeta y novelista, que ahora es muy famoso, y que de lejos, muy lejos nos dijo adiós. A mi memoria llega Juan Diego Razo Oliva, el ensayista, el investigador de música popular, ya ido, a Juan Cervera, poeta incansable, recuerdo, ante este espejo de memorias a los amigos, a mis hermosas hijas, a mis nietos, a mi mujer, a papá y mamá, a mis hermanos separados por el rencor estúpido. Y estoy aquí parado en mis setenta años de existencia, colmado de amor, de fe en mi trabajo y en Dios, que invento este espejo de conciencia y al árbol que yo admiro con gratitud de la esperanza, el Árbol de la Vida.




