No sé, ni recuerdo, ni quiero contar las veces que le rayé la madre. Y es que así son los ídolos, o los quieres o los odias… y más en el fútbol, dependiendo de la camiseta que defiendan.
El pasado miércoles Cuauhtémoc Blanco anunció -por fin- su retiro de las canchas como jugador en activo y no porque sus 42 años de edad ya no le permitan jugar, él sigue disfrutando y amando lo que hace pues lo hace con pasión, como si hubiera debutado ayer, al fin y al cabo la pelota no pregunta qué edad tienes, sólo reconoce y brinda larga vida a quien le sabe pegar bien.
El motivo es la política. Sí, por increíble que parezca y cosa que ninguno de nosotros iba a pensar hace diez, quince o veinte años cuando lo veíamos desplegar magia y picardía en las canchas que un día aspirara a ser alcalde, a que su nombre apareciera en una boleta y fuera votado en una casilla electoral. Pero así son los ídolos, caprichosos, impredecibles, insaciables.
Será el 18 de abril cuando pise por última vez una cancha de juego en el fútbol de paga, el torneo estará en pleno y él ha decidido partir en ese momento pues se quitará los tachones y calzará bota de uso rudo para recorrer colonias, barrios y ejidos, en busca del voto popular… ahora él buscará a la gente, cuando la gente lo buscó por años y años a él, para saludarlo, para simplemente tocarlo, aunque sea de lejos verlo, pero ya le digo, así son los ídolos, hacen lo que quieren.
Ese 18 de abril terminará una trayectoria e iniciará una leyenda, la del ‘Cuau’, que por irónico que parezca en un país lleno de jodencia como el nuestro, donde el fútbol está lleno de trampas, de mañas, de mafias y de palancas, él vino desde abajo y no necesitó de un padrino o de un peso para abrirse camino, lo hizo con su talento, con su calidad, con su viveza, con su astucia porque así son los ídolos, cuando quieren se visten de héroes y él, aunque no nació en un palacio, ni con una capa, se dio el lujo de ser quien quiso y hacer lo que quiso.
Marcado en el calendario, le recuerdo, el 18 de abril, esa fecha que supusimos algún día llegaría, la de decirle adiós, pero no será enfundado en la camiseta del América, ni recibiendo un homenaje en el Azteca, ni siquiera en el Bernabeú donde todos supusimos que su clase lo llevaría, ni siquiera será jugando contra el Guadalajara, su acérrimo rival, ni qué pensar contra un grande de Europa o un combinado resto del mundo o amigos del ‘Cuau’, ni siquiera eso, pero ¿quién lo necesita? los ídolos se comen el pastel del éxito solos… ¡y así son!.
En la mente de todos nosotros, los que lo vimos, los que odiándolo o amándolo, festejamos o enardecimos cuando festejó orinando como perro la portería, dándole un puñetazo a traición a Faitelson, restregándonos un título en la cara e incluso presumiéndonos a sus novias, trofeos de otra vitrina que sólo los ídolos pueden darse el lujo de tener, porque así son ellos.
Pero como aficionado al fútbol, no hay palabras para agradecer el gol mágico contra Bélgica en Francia ’98, la pícara acción de la ‘Cuauhtemiña’, cuando se subió al barco que se hundía y nos llevó de su mano a Sudáfrica 2010 y el penal marcado ante Francia para el triunfo en Polokwane y aunque a los ídolos no les importen los agradecimientos, se los entregamos.
Aquel último día de octubre de 2012, cuando de la mano del ‘Cuau’, Dorados vino y se coronó campeón de la CopaMX, bajé de la última grada del ‘Marte’ -donde están los palcos de prensa- y me puse lo más pegado a la malla posible, quería traspasarla y ver de cerca ese momento hiriente, pero a la vez histórico, el último gran ídolo del fútbol mexicano, uno de los más grandes de todos los tiempos para el fútbol azteca era campeón, como pocas veces lo fue, y aquí, en mi casa, en mi ciudad y en la cancha donde crecí viendo fútbol; y es que un momento con un ídolo no se puede desperdiciar.
O dos años atrás, cuando hizo magia en la cancha del Sergio León Chávez y vencieron, para variar, a Correcaminos, cuando ‘Cuau’ empezaba a darse el capricho de jugar en la liga de ascenso y todo el estadio de pie lo ovacionó sin mencionar su nombre, todos lo coreaban y el alzaba las manos porque lo disfrutaba, aunque ni siquiera le pronunciaran: “¡Juanjo, Juanjo, Juanjo!”, gritaba la multitud y es que el ídolo, se dio también el gusto de ser galán de telenovela y ése era el nombre de su personaje.
Me tocó verlo anotar ese penal ante Francia, desde la grada del estadio de Polokwane, cerca de mí uno de sus tíos por el lado materno, que le valieron los menos 14 grados Celsius que se sentían, y festejó despojándose de su chamarra y camiseta, pues eso lo provocan los ídolos y más cuando llevan tu sangre.
Saludarlo, viajar con él de regreso a México, en algunas ocasiones entrevistarlo, saber que como tú que me lees y como yo que te comparto esto, él también es humano, un humano que soñó, que triunfó y que se equivocó, pero al final del día, Cuauhtémoc será Cuauhtémoc, el tlatoani contemporáneo de la raza de bronce, el que a nadie fue indiferente, quien nunca pasó desapercibido, el que tú, yo y el fútbol extrañará… como se le extraña a los ídolos.
@luisdariovera




