Gratitud y evocación son las palabras que me suscita la recepción de la presea Félix Fulgencio Palavicini, creador de este diario y promotor a la vez de la palabra escrita y de la palabra hablada. Motiva este homenaje la generosidad de los organizadores y lo explica que el despertar de mi vida pública haya sido alentado por los concursos de El Universal. También que haya laborado durante varios decenios en este diario, como artesano del duro oficio que compartimos.
Dije hace años, al presentar el Plan Nacional de Educación, que cuando cesa el estruendo de los cañones se abre el espacio para la palabra del educador, del parlamentario y del testigo literario de su tiempo. Ese fue el momento estelar de Palavicini. El triunfo del maderismo que apenas se instalaba, el aborto prematuro de la democracia y la brutal regresión de la dictadura. Un efímero estado de gracia de la libertad.
Palavicini perteneció a esa generación ilustrada de mexicanos que se forjaron en las certidumbres de la ciencia y en las inquietudes del cambio de centuria. Heredero del positivismo y sus procesos de evolución social, pero firmemente anclado en un pensamiento crítico precursor del constitucionalismo mexicano del siglo XX.
Corresponsable junto con José Vasconcelos del diario “El antirreeleccionista”, tuvo que dejarlo en 1909 a raíz de un artículo contrario a las relaciones entre el general Díaz y el presidente Taft. Palavicini, hombre de enjundia y controversia, escogió la claridad de las ideas en una coyuntura confusa. Su análisis político se transparenta en el libro “Los Diputados”, crónica y testimonio personal de la XXVI Legislatura, vigente desde la victoria de Madero hasta el golpe usurpador de Huerta.
Legislatura singular en la historia parlamentaria del país, representó, según el autor, “el primer congreso verdaderamente libre que hemos tenido en México”. Su integración encarnaba el arribo de la inteligencia al poder, pero también sus inconsistencias y contradicciones. Antes que nada: ignoraban que la revolución todavía no se había consumado. Ante la inexistencia virtual de los partidos, prevaleció la imaginación y la construcción negociada de acuerdos.
En 1971 tuve la iniciativa de promover una edición de ese libro que entregué individualmente a los aspirantes a diputados federales, a quienes sugerí que actuaran con la mayor autonomía y se acercaran a las fuentes que alimentaron ese período; en particular, los debates de la Soberana Convención Revolucionaria que definen la otra vertiente de nuestro movimiento social.
En 1914, Carranza encomendó a Palavicini las dispersas instituciones federales de educación pública, a través de las que emprendió campañas editoriales y de unificación y extensión del sistema educativo, precursoras de las grandes reformas posteriores. No poca de su obra está centrada en las relaciones entre la historia nacional, la tarea educativa, el progreso técnico y los grandes problemas de México.
En plena efervescencia preconstitucional, Palavicini fundó el primer diario nacional independiente del siglo XX, que acompañó al Constituyente de Querétaro y se convirtió en cronista privilegiado de los avances y tropiezos del siglo anterior y del actual.
Los concursos de oratoria organizados por El Universal se inspiran con el concepto de ágora política y fueron vehículo de sucesivos impulsos generacionales que dieron, entre otros frutos, la autonomía de la Universidad Nacional.
Amigas y amigos,
Vivimos un tiempo semejante. Otra vez una transición democrática abortada. México se encuentra de nuevo en una coyuntura preconstitucional. Los cambios no están hoy impulsados, sino obstruidos por las armas. Es vital para la nación recuperar el valor de la palabra, que no es sino la expresión de logos, esto es de la razón y de la comunicación humana.
La palabra implica el ejercicio del derecho a la libertad de conciencia en el ámbito individual y a la libertad de expresión en la esfera colectiva.
La palabra es la substancia de la convivencia humana y la garantía posible de la paz. Sin palabra no hay democracia y sin democracia no hay palabra. En ella se concentra la historia de la cultura. La era digital puede restringir nuestra capacidad de leernos y de escucharnos, pero nos permite comunicarnos en un mundo más horizontal y democrático.
Toda era civilizatoria es una victoria del diálogo que no de la dominación. El diálogo es un proceso incluyente y constructivo; implica la aceptación de la igualdad esencial entre los seres humanos y postula la solución pacifica de las controversias. La palabra es herramienta privilegiada de la razón, a la vez que el mejor antídoto contra la violencia.
Todo período de crisis se inicia o coincide con una crítica del lenguaje, con la eliminación de la palabra muerta y el renacimiento de la expresión viva del pensamiento.
La realidad está construida y expresada por palabras. El sentido de la palabra presagia el destino del país y de la civilización. Decía nuestro maestro don Jaime Torres Bodet que toda palabra es una palabra de honor. Con ella apostamos el porvenir de nuestra especie.