Decía el General Peralta, comandante de la Zona Militar en Ciudad Victoria, en los años 60: “En este país, todos los días se levantan dos ejércitos: los que quieren chingar y los que no se dejan que los chinguen”. Con referencia a mi amigo, el Ing. Puga, le dijo: “Usted es de los que se levantan a chingar”. Con su rostro bonachón, el viejo General de voz gangosa le sugería al Lupe Puga que le construyera su casa rumbo al antiguo camino a Tula. Con ironías y la experiencia de mando, el apreciado militar le mostraba el terreno para edificar una de esas casas bajo el paisaje del camino a la Sierra Madre. El General Peralta, en su bonhomía escondía a un hombre recio, curado de espanto y atento al servicio castrense con honor.
El viejo cuartel se encontraba en lo que hoy es el Museo de Historia Regional, que en el abandono, eran barracas en las estacas de los árboles y la noria que dotaba de agua al batallón.
El Mayor González era instructor de conscriptos, y marchamos a la vuelta y vuelta en el campo de dos hectáreas donde hoy se encuentra la planta de petróleos y el CBTIS 24. A trote, y marcando el paso con nuestras voces al unísono, el Mayor nos empujaba hacer ejercicios hasta sobar el sudor en espalda y barriga, sin aflojar. A la voz de alto a nuestro pelotón, preguntó, ¿quién de ustedes sabe dibujar? Me quedé callado, pero un compañero me denuncia “Él sabe, Mayor, él sabe”. Me ordenó dibujar el escudo del batallón en los altos del cuartel. Yo con miedo le dije, “Mayor necesito un par de soldados”. Así dibujé en tierra el escudo y mandé a los dos soldados a calcar en lo alto del remate. Durante todo el año asistí a la marcha y nos íbamos como atletas privilegiados a correr al estadio Marte R. Gómez.